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Del psicoanálisis interpelado a la sexualidad psicoanalítica: entre Laplanche y Bleichmar

Actualizado: 21 nov 2023

[Segunda parte]





Por Juan Pablo Pulleiro*


Frente a las respuestas defensivas que se han ensayado en nombre del psicoanálisis a partir de las interpelaciones provenientes de la comunidad LGBTTIQ, existen otras posibilidad de recepción de éstas e incluso de definir un ámbito de trabajo colaborativo. En esta segunda entrega del presente artículo se profundiza en algunos aportes del psicoanalista francés iniciados en la primera parte.


La Historia, lo estructural, lo universal


Vale reconocer que la perspectiva laplancheana carece de un enfoque explicito en torno al problema del poder o de lo político en psicoanálisis. En tal caso, existen por lo menos dos vías para poner a prueba sus fecundas hipótesis si tenemos el interés de confrontarnos con dicho problema. En primer lugar, el realismo laplancheano se ofrece como una alternativa al inconsciente estructurado como un lenguaje, pero no deja de ser una hipótesis que debemos poner a trabajar si pretendemos oponerla a cualquier interpretación estructuralista ahistórica, en tanto para tal fin no basta con suplantar el inconsciente lenguajero por el inconsciente laplancheano. Sobre este vector, pienso que es posible señalar una exigencia en la teoría laplancheana que surge en la dilucidación de la materialidad del inconsciente. En segundo lugar, y como derivación de lo anterior, Laplanche intenta resolver tal exigencia con su situación antropológica fundamental. Al fin y al cabo, tal constructo no deja de gravitar en torno a la necesidad epistemológica de establecer un origen invariable: no existe cachorrx humanx que no se subjetive en el encuentro con un otro, y no hay en tal encuentro posibilidad de paridad o simetría. Sobre ello, cabe preguntarse si por ser invariable tal proceso puede dejar de verse como producido históricamente, y por otro lado si el relieve puesto en la relación entre asimetría y el carácter estructuralmente enigmático de la implantación del inconsciente es suficiente como respuesta a una exigencia como la delimitada antes: ¿Cuál es la materialidad de un inconsciente no lenguajero? ¿De dónde derivar la materia inconsciente si descartamos las hipótesis biologicistas ahistorizantes? ¿Las cualificaciones que hacen de onda portadora del Icc en la seducción, de orden evidentemente histórico, son jerarquizables como “originarias”? ¿Toda asimetría en la situación de crianza habla de lo mismo o la asimetría propia de la implantación del Icc puede puede contener alguna forma histórica especifica? Sobre estos problemas podemos además reflexionar si el establecimiento de estructuras invariables supone que su eficacia es siempre la misma aún en periodos disímiles. En otras palabras, debemos responder si la asimetría estructural indicada tiene la misma eficacia en la Antigüedad que en las sociedades contemporáneas, con el mismo interés con el que abrazamos las hipótesis transhistóricas.

Es entonces necesario poder tomar distancia, hacernos de herramientas que puedan reorganizar una lectura laplancheana a partir de este vector. En ese terreno (entre otros) iré incluyendo mediaciones para tal empresa, que se encuentran en el pensamiento de Silvia Bleichmar, y también, elaboraciones que trascienden la faceta laplancheana de la notable psicoanalista argentina.

He llamado la atención sobre una delimitación puntual de Silvia Bleichmar respecto del realismo laplancheano en lo referente a el inconsciente en tanto abstracción real. Si bien una tal denominación carece de desarrollo explícito en ambos autores, es posible que las aproximaciones fundamentales sean halladas en Problemáticas IV y particularmente en El inconsciente: un estudio psicoanalítico escrito junto a Laclaire y presentado en el celebre Coloquio de Bonneval, y del que Silvia Bleichmar ha manifestado su particular influencia en ella. Pues de lo que se trata es de radicalizar una mirada histórica que pueda además darnos nuevas herramientas para delimitar la relación del psiquismo con temporalidades de larga duración [1], e incluso que podrían conservar la nominación de transhistóricos. Para ello podemos partir del hincapié que ambos autorxs hacen respecto de la represión originaria no mítica, a partir de la cual se escinde la realidad inconsciente. Tal represión inaugura la estructuración del psiquismo, por lo que los sistemas o instancias que se conceptualizan metapsicológicamente refieren a procesos derivados de un tal acontecimiento. En un modelo como este, el lenguaje viene a establecer ordenamientos, frente a una realidad que persiste en su lógica disociativa y desligadora. Silvia Bleichmar, en la lectura que propone en su seminario publicado bajo el título Debates en Psicoanálisis, y respecto del escrito defendido en el coloquio de Bonneval por Laplanche y Laclaire, señala que no solo tal perspectiva nos aleja de las versiones endogenistas del inconsciente, sino que obliga a descartar que los fenómenos de sentido tengan lugar en el inconsciente. Dos consecuencias se desprenden de esta consideración: el inconsciente “no está en el interior del discurso” y tampoco es un “otro sentido”. De igual modo, la analista argentina sitúa la heterogeneidad radical del inconsciente y de la estructura preconsciente, advirtiendo que la última no debe concebirse como epifenómeno de la primera. Así se vuelve evidente que se trata de un debate con las formulaciones lacanianas y la preminencia del lenguaje en estas. Ahora bien, hasta aquí se ha resaltado el inconsciente en tanto lógica, pero para Laplanche y Silvia Bleichmar el realismo remite también a un modelo de inconsciente no lenguajero desde la afirmación de los contenidos inconscientes, que pueden ser capturados desde una reconsideración de las nociones freudianas relativas a la representación-cosa, la figurabilidad onírica y las funciones perceptivas del aparato psíquico (ocupando una importancia particular la categoría de signos de percepción). En resumidas cuentas, tales elementos teóricos son hipótesis que permitirían aproximaciones a los elementos psíquicos que no tienen transcripción lenguajera posible, aunque tienen algún tipo de realidad inconsciente. Pues se trataría de una materialidad no subordinable al lenguaje. Como puede verse, además, vuelve a imponerse la relevancia de una temporalidad propia del desarrollo del in-dividuo psíquico, que sin desestimar la preexitencia del lenguaje, no deja de insistir en procesos que se dan antes de la estructuración lenguajera en el in-dividuo, así como habilita relaciones de determinación que trascienden la linealidad de la flecha del tiempo. En otros término, se trata de comprender como la máquina psíquica tiene una operatoria que combina diferentes temporalidades.


Ahora bien, la incorporación categorial del género en este esquema supone entonces la consideración de los problemas de “particularización” del psiquismo, es decir desde dicho proceso se propondrá un pensamiento sobre la construcción de la sexualidad no solo desde comprensión del “sistema” (que como el lenguaje antecede al sujeto), sino más bien en tanto codificación privilegiada de la identidad y los deseos, y como clave de interpretación de la producción psíquica como un proceso siempre conflictivo en presencia de otros. La perspectiva del psicoanálisis, por ende, se torna fundamental por ese énfasis en la conflictividad de los procesos psíquicos, conflictividad que desde mi punto de vista no puede ser sino efecto de contradicciones del sistema de producción social y sus instituciones de socialización e individuación, pues se trata de dilucidar cómo éstos posibilitan una tal “materialidad sexual” así como paradojalmente habilitan además procesos de fijación, desambiguación, binarización, y otras formas de contrarrestar la lógica primaria sexual. En esta clave, la “sexualidad infantil” freudiana podría despojarse de una visión naturalista y hobbeana [2], y explorarse el territorio pulsional desde un método histórico, que no desestime aspectos transhistóricos ni aun componentes que bien podrían denominarse biológicos. Por otra parte, el relieve de la sexualidad infantil, no puede reivindicarse desmereciendo el punto de vista genético, el mismo que autores como lxs aquí destacados han revalorado en su estatuto. Pues en este punto, si dejamos atrás la versiones endogenistas que propone Freud, y seguimos la propuesta del psicoanalista francés debemos afirmar que el proceso de in-dividuación, es siempre conflictivo, y en primer lugar, esto se afirma en que el in-dividuo gravita entre dos otredades: el Icc y el otro. Luego, la conflictividad psíquica, como reitera Silvia Bleichmar en innumerables ocasiones, refiere a la existencia de sistemas e instancias psíquicas. En el plano puesto en consideración aquí, la particularización de la sexualidad supondría un proceso en el que la llamada sexualidad infantil empalma con la sexualidad adulta, en un proceso -perdón por lo reiterativo- contradictorio y conflictivo en el que la última no puede conquistar un territorio que ya está ocupado. Tal empalme tiene una temporalidad ligada a lo que el autor llama simultaneidad niño-adulto, que supone una superación de las nociones temporales freudianas establecidas en planteos como la “acción diferida” y la “retroacción”, dado que desde los primeros años de vida se está en “presencia de un otro”, por lo que la sexualidad infantil desde el vamos está en presencia de la sexualidad adulta. Tal dilucidación incorpora una visión intersubjetiva aun cuando se resalte la génesis individual, y vuelve a mostrar la singularidad de la temporalidad que impone el Icc.


Lugar del género en el psicoanálisis laplancheano


Volviendo sobre lo que adelanté en la primera parte, respecto de las herramientas conceptuales que permiten encarar de un modo particular el problema de establecer como punto de partida el binario naturaleza-cultura (donde se estila el hábito de ubicar al sexo por un lado y al género por otro), Laplanche ofrece en sus seminarios publicados bajo el titulo Problemáticas II, una definición que aunque resultará provisoria y reformulada luego es útil prestarle atención porque grafica la intención que destaco, es decir la de asumir la utilidad para nuestra disciplina de integrar tales categorías estableciendo algún margen para la reflexión estrictamente psicoanalítica en torno a las mismas:


«La distinción entre sexo y género es indispensable en psicoanálisis. Intento darle un sentido preciso, muy diferente de los presupuestos y finalmente de la confusión que introduce Stoller. Es especialmente insostenible colocar a uno de los términos del lado de la anatomía y al otro del de la psicología. Conviene llamar sexo al conjunto de determinaciones físicas o psíquicas, comportamientos, fantasmas, etc., directamente ligadas a la función sexuada y al placer sexual. Y género, al conjunto de determinaciones físicas o psíquicas, comportamientos, fantasmas, etc., ligados a la distinción masculino-femenino. La distinción de géneros va desde las diferencias somáticas «secundarias» hasta el género gramatical, pasando por los hábitos, la vestimenta, el rol social, etc. ».

Como es observable en las líneas anteriores, el “corte” entre el género y el sexo no está centralizado en la distinción naturaleza y cultura, corriéndose el eje a lo que podría indicarse como funciones.

En ese sentido es que además es posible interpretar la advertencia de Laplanche respecto al proceso que va de la sexualidad infantil a la adulta, puntualmente en la apariencia de un instinto como forma que adquiere la sexualidad adulta. Dicho de otro modo, en su mismo desarrollo histórico la sexualidad se configura como un hecho “preformado”, es decir como condición del desarrollo de la sexualidad. Esa cualidad del dispositivo sexual -que compartiría de algún modo con lo instintivo- ha motivado interpretaciones biologizantes de la sexualidad, pues nos resulta antiintuitivo afirmar que “eso” que se constituye en un proceso histórico termina posicionándose como lo que está primero: lo estructurado se constituye como estructurante, y poco permeable a una re-historización. Con esa inversión Laplanche muestra que siempre que se pone el sexo primero -en las teorías de género también- se lo sostendrá en última instancia como zócalo biológico del género. Desde este marco, es que Laplanche se aproximará al debate intelectual sobre el sexo y el género, entendiendo que el sexo es un producto necesario del género. Argumentando que es más temprana la construcción en el/la/le niñx del genero (como un sistema mínimo de atributos femeninos o masculinos) que la del sexo. En ese sentido, el género-sexo será un continuo en el cual el sexo es una lógica consecuencia del género, que resulta necesario para organizar al mismo a nivel individual y social. De igual modo, tal “orden” conserva en mayor o menor grado la marca del conflicto, lo que le permitirá indicar que tanto el género como el sexo se establecen como medio de producción de los procesos represivos que se dan en el psiquismo. Huelga recordar que en la metapsicología laplanchena lo no traducido será objeto de la represión, es así que el sistema género-sexo podrá ser metabolizado teóricamente como código traductivo y lo sexual como residuo.


Para compendiar lo hasta acá trabajado, abundo en que el recorrido esbozado se orienta a establecer una breve aproximación a un campo de problemas que se desarrollan contemporáneamente en nuestra disciplina, intenté delimitar algunas nociones presentes en la obra de Laplanche tratando de mostrar que las reflexiones del psicoanalista francés relativas al sexo y al género deberían incluirse en un contexto más amplio derivado de su interés persistente en la sexualidad como objeto privilegiado del psicoanálisis. Por otro lado, advertí que ese interés confluye en un texto específico sobre el tema planteado. Se trata de un texto tardío en su obra, con el que considero refina su teoría general, pero sobre todo en el que demuestra que la dilucidación psicoanalítica de la sexualidad puede ser prolífica para generar nuevas hipótesis y explicaciones a lo que las mencionadas categorías pretenden alumbrar.


El texto en el que haremos aquí pie (“El género, el sexo, lo sexual”) estimo que contribuye a lograr mayor rigurosidad en la definición de la sexualidad psicoanalítica. Como ya adelanté, la tesis es que luego de rodear las categorías género y sexo, Laplanche da un paso clave en su largo trabajo de dilucidación en torno a la temática. Empezando por separar de “la sexualidad” a “lo sexual”, colaborando de ese modo a sortear un malentendido en el que también incurrimos, muchas veces, al nombrar la sexualidad psicoanalítica en alusión a hechos, experiencias, procesos que habitualmente serían la referencia de nuestra designación de “sexuales”. Tal movimiento, debo aclarar, no supone desestimar el interés por “la sexualidad” para nuestro campo disciplinar, sino más bien nos lleva a asignar con mayor precisión su lugar en nuestro corpus teórico. Tales definiciones, son importantes para recalibrar la epistemología freudiana, en tanto se inscriben en un modelo que se ampara en la heterogeneidad de una lógica cuantitativa y otra cualitativa. Aquí es relevante hacer un par de aclaraciones más. La primera es que en el aparato psíquico laplancheano hay prioridad del afecto. La segunda tiene que ver con la confusión a la que puede llevarnos designar como afecto la lógica cuantitativa. Un trabajo de lectura de las elaboraciones de Laplanche al respecto -el cual no está exento de esta dificultad- nos puede dar algunas proposiciones quizás provisorias, al menos para estar advertidxs de tales obstáculos. La clave laplancheana, que debe ser puesta a prueba en la clínica con niñxs, está en el proceso genético, es decir en el proceso de implantación del inconsciente y del desarrollo del aparato psíquico estratificadamente. En tal proceso, según mi lectura, se particulariza la materia inconsciente (represión originaria), pero tal proceso no puede sino vehiculizarse mediante material representativo proveniente del otro. Tal proceso por ende también promueve la emergencia del aparato psíquico. Los afectos en tal modelo se conciben entonces como rudimentos representacionales, quizás la angustia -cuando no es señal- sea la forma más directa de manifestación de esa lógica cuantitativa, pero no es ello.


Por ende, luego de tal texto sería justo realizar una relectura de Laplanche a la luz de esa tardía reconfiguración conceptual (que tiene postulados germinales precedentes claro está) para extremar las consecuencias teóricas y clínicas de un aporte que nos legó al final de su vida intelectual. Intentaré hacer un ejercicio mínimo que va en ese sentido mientras presento las ideas centrales del texto que nos guía aquí.


En la obra de Laplanche la sexualidad (ahora lo sexual) y el inconsciente por momentos se yuxtaponen, aun cuando es posible que existan variadas justificaciones para preservar una categorización que suponga independencia de los términos. Lo sexual, según la lectura que propongo, remitiría, en primer lugar, a la dimensión económica del inconsciente, aunque no de manera directa. La clave para comprender esto está dada al comienzo del texto en cuestión, donde adelanta su proposición: “Lo sexual es el residuo inconsciente de la represión-simbolización del género por el sexo”. Siendo que la implantación del Icc, la represión originaria, precede a dicho proceso (de allí la posibilidad de residuo), y que el sistema genero-sexo vendría a simbolizarlo tempranamente, con esa particularidad de ocurrir en dos tiempos como señala Laplanche (primero el género, después el sexo), y no perdiendo de vista que la proposición planteada no ubica a lo sexual como el residuo de todo el proceso sino en cierto “entre”, tenemos que sospechar cierta eficacia del género para simbolizar lo inconsciente. Pretendiendo ser más claro: el residuo “sexual” devendría cuando el sexo simboliza al género, y no como residuo propio de la simbolización generizante. La hipótesis entonces arrastra otras auxiliares que precisan aspectos clave de la teoría. Entre estas tenemos que pensar que el género impone una cualificación primaria al inconsciente pulsional: su carácter cuantitativo, y la satisfacción -impersonal o asubjetiva- que impone encuentra alguna razón para ser nombrada de sexual. La teoría de la sexualidad freudiana y todos los traspiés que cometemos al pensar tal tópico con “categorías” del sentido común sexual reífican la historicidad y contingencia de tales procesos. Allí hay una dificultad que ahora se torna real, pues lo sexual psicoanalítico se sostiene por su relación con la sexualidad clásica. En relación a esta temática Laplanche señala que Freud para definir lo sexual-pulsional “se ve sin cesar en la necesidad de ponerlo en relación con lo que no es, es decir con la actividad sexuada o el sexo”. Como se ve se trata de poder dilucidar el nivel más abstracto del inconsciente, nivel que se construye como una necesidad lógica en la teoría y que por lo tanto resulta inaccesible directamente a nivel de la experiencia. No se trataría de inundarnos de la esperanza freudiana en la evolución de la ciencia y esperar que esta nos provea de mejores instrumentos sino que se trata del devenir de “la cosa misma”: en tanto el psiquismo es una máquina de cualificación nos inhabilita un acceso directo, y por ello lo sexual -en tanto remite a una lógica puramente cuantitativa- siempre lo hallamos mediado, siendo tales mediaciones de carácter cualitativo. La cosa misma no es una roca biológica es una abstracción real. Un ejemplo de ello puede observarse en lo que para muchxs analistas es la experiencia más próxima a tal lógica: el ataque de angustia. En general, quien lo sufre poco puede decir sobre el mismo, sin embargo da cuenta de una serie de mediaciones que identificamos como indicios de aquella: angustia, palpitaciones, sudoración, miedo, etc. De igual modo, una lógica tal resulta un principio básico de la práctica psicoanalítica: el sufrimiento que lleva a una persona a una terapia psicoanalítica se puede trasponer en una serie de vivencias y relatos que incluyen aspectos significativos y afectivos (cualificaciones), las más de las veces éstas llevan a abstraer una lógica que supone que hay algo que se repite más allá de la voluntad, y ante lo cual se vislumbra una relación paradojal de alteridad y propiedad, en muchas oportunidades la persona se llega a experimentar como un medio, ya que aun cuando no quiere sufrir tal dinámica, ésta se reitera.


Asimismo, en “El género, el sexo, lo sexual” también es posible encontrar algunas otras intelecciones sobre este asunto. Como vengo insistiendo, en el modelo laplancheano el establecimiento del psiquismo ocurre a consecuencia de la implantación del inconsciente, lo que en palabras de Silvia Bleichmar significará que la represión originaria es un proceso que ocurre realmente: no es un tiempo mítico. No hay inconsciente innato, sino que se instauraría en la historia individual, en las relaciones dadas con lxs adultxs que participan de los cuidados. Esto implicaría una relación de alteridad en tanto lxs adultxs ya portan inconsciente, que a su vez se instauró en el vínculo antecedente con las personas cuidadoras. Este tipo de concepción, a mi modo de ver, no puede brindarnos respuestas satisfactorias en relación al problema del origen del inconsciente (un problema que tenemos el habito de sortear diciendo “porque hay lenguaje” o en el caso de Laplanche debido a que no hay sociedades en las que no se de esa situación antropológica fundamental de alteridad). Una manera de encarar tal problema sería no escotomizar que para que haya una “historia individual” o una particularización del inconsciente (e incluso también considerando la implantación transgeneracional del inconsciente individual) debe existir una materia histórica que haga esto posible. Allí quizás sea necesario profundizar en la insinuación de Silvia Blechmar respecto del inconsciente como una abstracción real. Lo que está claro es que el inconsciente no es una invención individual aun cuando se individualice. Es por eso que puede valer conservar la nominación “el” inconsciente, pero también “lo” inconsciente para referirnos a esa materialidad histórica. En ese sentido, aun cuando el autor que venimos presentando ha insistido desde sus primeros planteos en el carácter “real” de “el” inconsciente, el pronombre “lo” de lo sexual, parecería resaltar el carácter impersonal. En tal vector, Laplanche ha intentado situar con nociones como “la prioridad del otro”, “cuerpo extraño interno”, “alteridad”, “ello”, “pulsión sexual de muerte”, entre otros. La lectura que vengo proponiendo pone en contigüidad lo inconsciente y lo sexual, este último entonces, en tanto lógica cuantitativa rudimentariamente cualificada de un modo histórico específico. Esta última faceta se vuelve posible al remitir el sistema género-sexo a su especificidad histórica: el patriarcado capitalista moderno. De modo que, indagaciones como las que vengo exponiendo son compatibles con lo planteado por Acha en su libro Encrucijadas de psicoanálisis y marxismo, en términos de condensación de temporalidades de la metapsicología freudiana:


...si hay una vertiente historicista en Freud, por ejemplo la que reconoce la construcción social del “aparato psíquico” y de la configuración pulsional, en ambos casos nos encontramos en un límite donde se confronta la edificación históricamente contingente con una sedimentación de larga duración, en que se define la humanización de la criatura natural que en alguna medida nunca dejaremos de ser, al menos mientras seamos mortales”.



Por otra parte, como ya he sugerido se podría hablar de una estratificación de el inconsciente (que no abarca la totalidad del psiquismo) que lleva a imponer su lógica a las diferentes instancias (yo y superyo, si conservamos el modelo freudiano). Es decir, lo inconsciente se impondría como una lógica ineludible en la estructuración del psiquismo: el inconsciente (aquí digo “el” porque ya habría en juego cualificaciones rudimentarias tanto si lo concebimos en el momento de su implantación como ya implantado) impone el trabajo de traducción (más cualificación) al aparato psíquico, lo que no puede ser traducido es reprimido, y entonces, ello es el inconsciente. Es decir, el inconsciente esta al comienzo y al final de un proceso espiralado. Lo complejo del asunto es no caer en una mirada absolutamente determinista, ni en un modelo vulgarmente tautológico. Una salida podría ser subrayar la plausibilidad de mutaciones (en cierto punto será lo que nos habilite a reafirmar que el psicoanálisis puede ser una práctica transformadora como enunciaba Silvia Bleichmar), ya que en el modelo legado por Laplanche y Bleichmar el aparato psíquico es condición del Icc (la represión originaria marca el origen de los dos) y a partir de la relación entre ambos elementos es que se juega la clínica psicoanalítica.


En lo que a esto último respecta, es posible que la tarea de formalizar la estratificación del aparato psíquico esté parcialmente elaborada, pero creo que incumbe a la temática de este artículo. Me refiero a que tanto el género como el sexo presentan operatorias que bien pueden llamarse inconscientes, resignificar lo inconsciente del yo designado en la segunda tópica freudiana puede ser un comienzo para tal empresa. Me permito arriesgar que tales categorías deben situarse en tal modelo de estratificación, ya que remiten a un desarrollo del psiquismo que se produce ya parasitado por lo sexual. En el texto en cuestión, hay pasajes en los que pierde claridad en relación al propósito antepuesto, ya que lo sexual por momentos cede su carácter residual para volver a confundirse con el inconsciente.

Asimismo, Laplanche persiste en su ya temprano historicismo, remarcando que la tríada género-sexo-sexual es histórica, y tiene una génesis individual. El género puesto en las coordenadas de la teoría laplancheana es un ejemplo que sirve para graficar y afinar lo que llama la prioridad del otro, sobre el cual gravita el proceso de asignación genérica comprendido por “un conjunto complejo de actos que incluye el lenguaje y los comportamientos significativos del entorno”, que configurarían lo que llama un “mensaje prescriptivo”. Por lo que si bien Laplanche reconoce el carácter social e histórico del género, hará hincapié en que la asignación no se produce de manera “abstracta” sino que acontece por el “pequeño grupo de socii cercano”. En ese orden de cosas el concepto de identificación podría significar un aporte, en tanto deje de sostenerse que la misma representa un proceso unidireccional o en el que participa un solo sujeto, es decir en tanto se reformule a partir de la prioridad del otro. De allí que el proceso de asignación genérica plantea una identificación “primitiva”, un marco propuesto por lxs otrxs en simultaneidad con la implantación del inconsciente, o en cierto modo los mensajes inherentes a la asignación “portan” el inconsciente, tanto como elementos que oficiaran como rudimentos de su subjetivación. Sobre estos últimos, el “género” en tanto categoría útil al psicoanálisis le permite al psicoanalista francés proponer una hipótesis que complejiza el lugar del apego en tanto “código” primario de traducción de la pulsión:


Porque la comunicación no pasa solo por el lenguaje del cuerpo, de los cuidador corporales; está también el código social, la lengua social, los mensajes del socius: ellos son especialmente los mensajes de la asignación de género. Pero también son portadores de mucho “ruido”, todo el que vienen a aportar los adultos cercanos: padres, abuelos, hermanos y hermanas. Sus fantasmas, sus expectativas inconscientes o preconscientes.”


Como se desprende de la cita antepuesta, la asignación no se plantea en términos deterministas sino también en una dialéctica propia de su interrelación con lo sexual, con el ruido que se intentará acallar y no deja de infiltrar. Es por ello también que el género no constituye una maquinaria totalitariamente efectiva e históricamente se constituye en su relación con el sexo: la diada género-sexo oficiará como una maquina de traducción de lo sexual facilitada por la simbolización binaria (que Laplanche vinculara al complejo de castración) que agrega el sexo. Pienso que tal dialéctica, en la que persiste un resto enigmático, podría conjugar tópicos que, desde diversos enfoques, los psicoanálisis han buscado alumbrar: qué sentido darle a la vida, cuál es el valor que tengo para los otros, qué quieren los otros de mí, qué es ser x identidad sexual. Aunque también podría remitir en un nivel más formal a una dialéctica de la cantidad y la cualidad. En ese sentido, también propone que lo sexual sería “múltiple” o “polimorfo” (yo diría paramorfo), mientras que el género puede ser plural (masculino-femenino sería una forma histórica específica) y el sexo estaría remitido a la “reproducción”, la cual siempre ya “simbolizada” sería dual. Lo que hasta aquí irían configurando estos elementos que he presentado un tanto fragmentariamente es que lo sexual impondría un trabajo de cualificación que el aparato psíquico orienta a partir de categorías históricas, el género primero (Laplanche afirma a partir de diversos estudios observacionales que en la historia individual primero operaría el género, ya que éste se presenta antes para lxs niñxs que “las diferencias sexuales”) y luego el sexo que viene a consolidar cierta estructura de sentidos para los que el género resulta insuficiente. Lo original de este planteo es que, por un lado, subvierte el orden que usualmente encontramos entre sexo y género, y por otro lado, que como el “género” no deja de ser insuficiente para resolver el enigma de lo sexual (sino que lo porta: ¿Qué es un hombre? ¿Qué es una mujer? Son preguntar casi siempre presentes en un análisis), el aparato psíquico pone en continuidad el sexo (se podría hablar de un sistema de codificación género-sexo) que consolida un sistema binario [3]. El sexo produce una fijación del género. De cierto modo, lo sexual psicoanalítico es para-genérico y para-sexo, aunque paradojalmente unx psicoanalista halle lo sexual como ese resto del proceso de traducción del género-sexo.


Para ir concluyendo, podemos observar que Laplanche avala la estrategia deconstructiva iniciada en el marco de los feminismos y los movimientos LGBTTIQ, y aporta una concepción que confronta con algunos postulados que derivan en sostener un zócalo de naturaleza, sobre el cual lo cultural es siempre segundo, incluso cuando se “desnaturalice” la naturaleza, y defiende que en lo que respecta al desarrollo de la sexualidad el género siempre antecede al sexo. Ese punto de partida llevaría a suponer que el género traduce al sexo, mientras que los estudios laplancheanos invierten la secuencia. La justificación que propone el texto para tal inversión, como traté de mostrar, tiene en principio un argumento infantecéntrico, pero que no deja de imponer la presencia de lxs otrxs, de la cultura y la sociedad. Además supone que el género promueve una suerte de traducción primaria conflictiva, la asignación genérica en su metabolización no se realiza como una premisa incuestionable, sino como un devenir que debe seguir deliberándose en el proceso de traducción. El género, en cierto sentido, sesga las traducciones futuras (con su oferta identitaria) pero no las cierra. La asignación de género es para el cachorro humano una primera respuesta al enigma, aunque siempre resulta insatisfactoria, de allí que el proceso se reitere (no alcanza con el nombre propio; la habitación de un color, las filas de las escuelas, lo prohibido, el pene y la vulva, la barba y los senos, la división sexual del trabajo: todas estabilizaciones del sistema género-sexo) [4]. La asignación de género (noción tomada de los estudios de género) sirve a Laplanche para corroborar la prioridad del otro. La asignación entonces va más allá del gesto médico, y se trata más bien de un “bombardeo de mensajes” en el que las instituciones sociales son primero inscriptas a partir de los otros de la crianza, con el juego afectivo que ello impone.



[1] Aquí es posible nombrar otras mediaciones como las planteadas por Omar Acha en "Encrucijadas de psicoanálisis y marxismo..

[2] Recordemos por ejemplo lo referido en el Malestar en la Cultura, cuando Freud llega a afirmar que "La libertad individual no es un bien de la cultura, pues era máxima antes de toda cultura".

[3] Aquí Laplanche es categórico, y plantea que las certezas producidas allí se pueden asociar al llamado complejo de castración, pero solo si se reconoce que son certezas establecidas sobre un fondo ideológico y sobre todo ilusorio. Argumenta esto último otra vez apoyándose en el punto de vista infantecéntrico y genético: la anatomía es la que aporta ese orden, no se trata del sexo entendido desde la biología (fisiología, hormonas) sino la anatomía perceptiva, la que brinda respuestas finales al enigma de la masculinidad y la feminidad en el desarrollo del infante (allí puede cernirse la lógica fálica, la universalización del significante de la diferencia de los sexos, y su binarismo constituyente).

[4] En esta idea Laplanche se aleja de las lecturas lacanianas en torno al nombre propio y se acerca a Butler y sus señalamientos en torno a la performatividad y la iteración del género.


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