Con la excusa de recordar el nacimiento de Sigmund Freud, rescataremos la muerte de un autor fundamental, no tan tenido en cuenta, para insistir en lo más radical del pensamiento del mentor del psicoanálisis.
Por Juan Pablo Pulleiro*
Hace exactamente 166 años nacía Sigmund Freud. A esta altura del partido, al menos en estas latitudes (Ciudad de Buenos Aires), dicen, no son necesarias las presentaciones: Freud en tanto “padre”, “inventor”, “descubridor” (prefiero decirle el primer psicoanalista) es parte de la cultura porteña. Se dice, además, que es Buenos Aires la ciudad con más psicoanalistas con más densidad poblacional del mundo, y que no hace mucho tiempo el vienés fue barrio: Palermo Freud. Porque al parecer hubo una época en la que lxs psicoanalistas se amontonaban en esa zona de la Ciudad.
Las ideas psicoanalíticas son localizables mucho más allá de los psicoanálisis, no solo en el sentido común, sino en su extensión hacia otros campos disciplinares a partir de elaboraciones reverberadas de inconsciente freudiano: Pierre Bourdieu, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, León Rozitchner, Cornelius Castoriadis, Gayle Rubin, Luis Buñuel, etc, la lista es arbitraria y acotada. Sin embargo, no pretendo hacer una alegoría cumpleañera más, ensalzadora de la persona Freud, y por ello doy las gracias al azar que conjuga los hechos a los números de nuestros calendarios.
Hace exactamente 10 años moría Jean Laplanche, francés, médico, filósofo y psicoanalista. Ignoto como intelectual del psicoanálisis -me animo a decir- más allá del “diccionario” en estas latitudes. Más allá del diccionario: erudito de la obra de Freud, lúcido crítico y delimitador de los atolladeros del recorrido conceptual del mismo, y, también, pensador original.
Su vocabulario (mal llamado y traducido diccionario) es un (o dos, según la edición) libro de una difusión descomunal, al que todxs accedimos desde nuestra época de estudiantes de psicología. Sus textos, todos ellos (no-diccionario), estaban ausentes en las curriculas en los tiempos en los que pisé la facultad de psicología de la UBA, pero también en los programas de posgrado y de cursos dispensados por las instituciones psicoanalíticas por las que tuve la intención o el azar de transitar. Para mi Laplanche llegó de casualidad, por un conocido de la facultad de Cs. Sociales que estaba interesado en Castoriadis y vía este en el "Psicoanálisis Francés Contemporáneo".
Va de suyo que decir Laplanche, es decir “el del diccionario” (obra que al ser en coautoría con Pontalis, puede llevar a confundirnos de persona: «¡es lo mismo!»). Dato de color: compré casi todos sus libros usados, siempre sin huellas de su propietarix anterior. Dato de color 2: el primer libro del que me hice fue Vida y Muerte en psicoanálisis, este breve escrito habla de lo mismo.
Laplanche tuvo encuentros y desencuentros con Jacques Lacan. Se dice que fue su discípulo (según Roudinesco de los que más apreció), su analizante y también su amigo (Laplanche lo sintió así hasta la muerte de quien lo introdujo a la disciplina). El famoso Coloquio de Bonneval, fue un hito en esa relación, allí el alumno se mostró indisciplinable, cuando fue enviado por su maestro a dar cuenta de los avances de una corriente que estaba iniciándose y que desembocaría en la institución de el psicoanálisis. Me imagino que tal actitud, y su insistencia en un retorno a Freud que no se configure en una vuelta por Lacan le valieron su excomunión como autor,-aunque hay que decirlo Laplanche participo de la excomunión que nos cuenta a historia oficial: la de Lacan.
Pero lo que más me interesa destacar de todo lo anterior Jean Laplanche fue un psicoanalista osado, valiente en un campo que exige ciertos niveles de obediencia. Sin ir más lejos en el mencionado Coloquio -aún bajo la égida y ante la presencia de Lacan- sostuvo que el inconsciente es como un lenguaje no estructurado, en clara polémica con la definición canónica de quien fue su analista y maestro. Luego de ello persistiría en su afán por dar cuenta de aquello que del inconsciente freudiano se presenta como inasimilable a cualquier estructura, también de la del significante.
Entonces vayamos a lo que puede revestir interés, más allá de la vagancia de los datos hasta aquí vertidos, la efemérides que me propongo realizar tiene como motivo comentar el valor de la delimitación freudiana fundamental (el inconsciente) al calor de la lectura laplancheana. Quiero aprovechar para partir de una analogía propuesta por el francés para intentar captar la dimensión del establecimiento del inconsciente freudiano: la revolución copernicana.
Sin ánimos de exhaustividad recordemos que Nicolás Copérnico ha sido el astrónomo al cual se asocia la refutación de la teoría geocéntrica -aceptada entonces en el mundo occidental y consistente con la creación divina- estableciendo a partir de ello un corte en el modo de comprender el mundo.
Dicha transformación suele leerse como una revolución ya que promovió no solo una nueva astronomía, sino porque las transformaciones propiciadas fueron múltiples: religiosas, cosmológicas, físicas y filosóficas. El epistemólogo y físico Thomas Kuhn designa “cañamazo” a una conexión de ese orden, en la que una alteración determinada conmueve al conglomerado de campos articulados.
Es en ese sentido, que si puede llamarse revolución al proceso iniciado con Freud, (y proseguido entre otros con los aportes hechos por Lacan, aunque también obturado por lecturas derivadas de la institucionalización del pensamiento de este) es porque designa el descentramiento radical del humano, ligado a la idea del inconsciente en su acepción más fuerte, que es lo que podríamos delimitar como Ello: la otra cosa en nosotros, lo extranjero, el cuerpo extraño interno que nos habita y nos funda en tanto alteridad radical. Distintas formas de intentar cernir esa novedad escurridiza para nuestros esquemas de intelección aún vigentes. En definitiva esa cosa es una forma que nombrada así nos facilitaría nombrar una realidad inconsciente que lejos de está de ser un segundo sentido, oculto detrás del sentido preconsciente (u oficial) propuesto por el Yo. Para Laplanche el inconsciente es lo que no puede entrar en esa puesta en sentido. El Ello es un dominio excluido del dominio del sentido, de allí que Freud había nombrado representación-cosa a los elementos que delimitó allí a partir de su método.
Así, lo inconsciente, en última instancia describe que gravitamos en torno a Ello como otro, en otredad irreductible y que tal lógica remite asimismo a que constitutivamente para ser sujetos resulta imposible sortear nuestra dependencia -también radical- de los otros, y de allí la prioridad del otro para el psicoanálisis laplancheano mixtura lo otro con el otro. De modo que el inconsciente laplancheano supone una genética materialista que nos brinda apoyatura para eludir los escollos biologicistas y endogenistas freudianos.
Prioridad del otro, que tiene entre sus consecuencias la imposibilidad de pensar un inconsciente asimilable a cualquier forma de sujeto. No somos el centro de los que nos pasa, de nuestros malestares, ni siquiera de nuestro propio conocimiento.
Y si para algunxs psicoanalistas el inconsciente ocupa el lugar de centro (en el sentido de un desplazamiento de la conciencia como centro) a partir de Freud, habría que poder explicar que se trata de un centro excentrado, con lo paradojal que pueda resultar esto. Pero cómo pensar si no el sueño, paradigma de la lógica recién expuesta.
En una etapa del psicoanálisis en la que para muchos ya todo parece haberse dicho, elucidado, y solo bastaría con invocar algún texto freudiano o seminario de Lacan, ir a Laplanche, como alguna vez Silvia Bleichmar (psicoanalista argentina, pensadora original, traductora de Laplanche e interlocutora intelectual de este) ha destacado, es ver la obra de Freud como una obra “en contradicción y llevar las aporías y hacerlas chirriar hasta el final, tomarla como una obra para trabajar y no como una obra para concluir.”
La revolución copernicana del psicoanálisis tal como fue catalogada por Laplanche resulta inacabada, y es resistida por procesos propios de nuestra sociedad (y que incluso repercuten al interior de las instituciones), por ejemplo el fetichismo del individuo, pero sin dudas resulta aún hoy una brújula para una práctica que busque radicalizar el proceso iniciado por Freud.
* Trabajador de la salud / psicoanalista.
Comments