El chiste, en tanto manifestación cultural, ha ido cambiando a lo largo del tiempo en las distintas épocas históricas y presenta importantes matices (cuando no diferencias sustanciales) en las distintas regiones. Incluso, en ocasiones, hace uso de códigos compartidos por grupos relativamente reducidos. En esta nota, Diego Safa Valenzuela nos propone pensar el lugar del chiste en la práctica clínica más allá de lo ya conceptualizado históricamente por el psicoanálisis.
por Diego Safa Valenzuela*
He escuchado sin fin de veces cómo los analistas dicen incluir chistes a su trabajo. Claramente, durante un análisis no solo se detonan dramas, lágrimas, síntomas, sino que también hay risas. María Laura Sierra, fundadora del Colegio de Saberes (Institución dedicada procesos de formación en los campos del psicoanálisis, la filosofía, la historia y el arte, en Ciudad de México), en más de una ocasión comentó que la ironía es un arte, indicando que no cualquiera tiene la habilidad para intervenir de este modo, que es una técnica que es necesario desarrollar. Durante las clases de Tomasa San Miguel, profesora de la Cátedra Psicopatología II de la Universidad de Buenos Aires, era común escuchar carcajadas; algunas veces sugirió usar el recurso de la risa más que el silencio o la seriedad. Muchas de las personas con las que me he formado, y de las que he aprendido tanto, incluyen chistes en clases o ponencias; Miguel Gasteosoro, Alberto Albornoz, Marina Liberman… podría continuar nombrando. Dentro de esta lista, Juan de Olaso apuntaba leer el seminario de Lacan sin tanta solemnidad, sino incluyendo el humor con que Lacan continuamente explicaba sus complicadas ideas. Curiosamente ninguna de estas personas ha publicado un texto que formalice la clínica analítica o la transmisión de la teoría psicoanalítica tomando en cuenta el chiste. Tomo esta falta como invitación a escribir, ¿podemos pensar el chiste dentro la caja de herramientas del analista?
Quisiera proponer empezar este trabajo de investigación con trazar una línea que vislumbre la relación entre el chiste y la interpretación. Esta propuesta se acotará para este texto, sin embargo, pienso que es preciso explorar en un segundo momento los límites de la ironía como intervención analítica; y quizá, para un tercer escrito, sea interesante regresar al planteamiento freudiano del humor como un medio para lidiar con las injurias del superyó. Por ahora, aboquémonos al primer propósito.
Es sabido que el chiste, como el sueño, es una de las vías de apertura hacia el material inconsciente. Freud adelantándose a la lingüística, conceptualiza el chiste desde su economía como un ahorro de energía psíquica. Para explicar este punto debemos partir de la noción de conflicto psíquico. Dentro de la teoría freudiana persiste la idea de dos fuerzas en contraposición, produciendo malestar. Freud usa el término esfuerzo (Drang en alemán) para referirse a la fuerza con tendencia hacia la sexualidad y la agresividad que pujan por abrirse camino hacia la conciencia. Mientras que la conciencia se esfuerza por mantener este material confinado en un apartado grupo de representaciones psíquicas, usando una serie de mecanismos para defenderse de esta investida. Dentro de este contexto, el chiste consiste en un artificio basado en un juego de palabras que transforman una representación de la pulsión para que así sea permeable a la conciencia. La treta usa la ambigüedad propia del lenguaje como una vía para librar la censura, aunque sea por un instante. Un cortocircuito en la lengua que toma desprovista a la represión. Retomando nuestra pregunta técnica, citamos un texto clásico freudiano:
“Un recurso de esa índole es sobre todo la palabra, y las palabras son, en efecto, el instrumento esencial del tratamiento anímico. El lego hallará difícil concebir que unas perturbaciones patológicas del cuerpo y del alma puedan eliminarse mediante «meras» palabras del médico. Pensará que se lo está alentando a creer en ensalmo. Y no andará tan equivocado; las palabras de nuestro hablar cotidiano no son otra cosa que unos ensalmos desvaídos. Pero será preciso emprender un largo rodeo para hacer comprensible el modo en que la ciencia consigue devolver a la palabra una parte, siquiera, de su prístino poder ensalmador.” [1]
Desde antes de nombrar su práctica clínica como psicoanálisis, Freud ya estaba proponiendo que el tratamiento del alma fuera con base en las palabras. Es válido preguntarse si la función del chiste es develar, mediante un juego de palabras, un contenido reprimido y permitirle acceso a la conciencia. Si es así, ¿cuál sería el fin de este procedimiento? ¿es que nos hace falta reír? Quizá inicialmente podemos decir que existen silencios que oprimen y es preciso airarlos. Partamos de esta idea, pero veremos que no será suficiente para responder cuestionamientos venideros.
Personas dedicadas al tema sabrán que no soy el primero hacer cruces conceptuales entre el lenguaje, la técnica analítica y el chiste, un ejemplo es la labor que hace Lacan al criticar la traducción del término "tratamiento del alma" [2]; señala que había un malentendido entre “trait d'esprit” y “mot d'esprit”. La palabra esprit puede tener muchas posibles traducciones, dentro de ellas “espíritu” quizá no refleje el sentido de esta palabra en cualquiera de esas expresiones comunes de la lengua francesa. El sentido que adviene en ellas es más bien el de “mente”, “ingenio”, etc. Ambas refieren a una agudeza del hablante plasmada en una frase. Pero, mientras que cuando se hace hincapié en “mot” (palabra) lo que se resalta es la frase en sí, la agudeza en la utilización de las palabras, en tanto se ha pronunciado una frase o comentario ingenioso o chiste, cuando se enfatiza el “trait” (línea, trazo) lo que se acentúa es el carácter ocurrente de esa agudeza o ingenio con la que se combinan las palabras. Casi estaría implicado en la frase misma el hecho de que en esa ocurrencia se revela un trazo, una línea (trait) de la mentalidad, la mente o el ánimo (esprit) que la genera. En ese sentido es que Lacan se pregunta si el chiste es un acto fallido o, más bien, un acto que logra su cometido; una equivocación o una creación poética.
Un ejemplo clásico, que después de un siglo sigue siendo altamente clarificante es la broma que hizo Marcel Duchamp titulada “La fuente”. La pieza consiste en un mingitorio colocado en una sala de exhibición de arte. El chiste se basa en dos transformaciones: un cambio de escenario y un cambio en su denominación (como fuente en vez de letrina). No solo descoloca al objeto, sino también al sujeto que lo observa, habituado a verlo en una situación completamente distinta.
El acto creativo del chiste se realiza por medio de introducir una situación absurda, aparentemente sin sentido; se realiza en una conversación que fluye gracias a la suposición de la existencia de un entendimiento mutuo, hasta que se interrumpe por la disonancia de la broma.
Retomemos la proposición freudiana de la cura de perturbaciones de cuerpo y alma basada en devolver el poder a las palabras. En retrospectiva podemos identificar cómo esta propuesta estaba sentando las bases que apuntaban a edificar la interpretación como instrumento esencial para el psicoanálisis. Recurso que consiste en hacer una lectura del texto inconsciente con el objetivo de desencriptar su contenido, el cual ha sido ocultado debido a su carácter displacentero.
La interpretación, en este sentido, consiste en restaurar la trama borrada por el trabajo de la represión. Por lo tanto, la maniobra se basa en que la asociación adquiera libertad en el flujo de palabras, con el propósito de hacer conciente lo inconciente y finalmente develar conflictos que han sido cristalizados en síntomas. Si el chiste es un modo de develar el sentido inconciente, ¿también es un modo de interpretación que permite descifrar el texto que ha sido reprimido?
Pregunta que nos conduce al cuestionamiento que hace Lacan[3] de algunas interpretaciones que Freud narra en sus historiales. La crítica se dirige a la maniobra del analista que consiste en explicar la causa del dolor anímico, porque cabría el infortunio de eclipsar el cause interpretativo a uno que solo está determinado por el supuesto saber del analista. Decir, por ejemplo, que el dolor de las piernas es el amor irrealizado que tiene por su cuñado, como el caso de Elizabeth Von R [4], o bien, decir que el deseo es por el señor o la señora K [5]. Sabemos que cuando uno cuenta un chiste se pierde su gracia.
Explicar un chiste hace que pierda su chiste, diluyendo la arbitrariedad propia del lenguaje, aquella que propicia la risa, porque da a entender un sentido oculto. Esta posibilidad de equívoco está determinada por la naturaleza evanescente del significante. Lo cual nos lleva a preguntarnos, si habíamos definido la interpretación como el esfuerzo por recobrar un significante inconsciente, pero lo que constituye al significante es su incapacidad de definirse por sí solo, su propia vacuidad, entonces ¿cómo podemos pensar que hay significantes que al descubrirse pueden desmantelar el síntoma? Quizá es más complejo que lo anterior. La interpretación, como el chiste, no se reduce a una explicación.
Por el cuestionamiento anterior, quizá sea otra la manera de reconocer el saber de lo que no se quiere saber. Una de las definiciones más conocidas de Lacan del concepto referido puede sernos de utilidad para salir de este embrollo o podría meternos más a él:
“La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen algo que bruscamente haga posible su traducción —precisamente lo que permite la función del Otro en la ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento faltante.” [6]
Desde esta perspectiva, la interpretación apunta a develar un código oculto en la significación, traer a la luz ese elemento faltante. Las palabras suelen faltar cuando se está desbordado de afectos. Pero, al mismo tiempo, la interpretación como táctica del psicoanálisis es abrir estas lagunas de falta de entendimiento para cuestionar el sentido que parecía consolidado.
Pienso que este trabajo radica en recortar el sentido para circunscribir significantes irreductibles que marcaron la subjetividad del sujeto. Significantes que quedaron, tal vez, suspendidos como ideales. Trazos que delimitan la senda del deseo; caminos de esperanza por recobrar cierto brillo perdido. Interpretar, definido como la labor de recortar el discurso hasta ubicar estos significantes, conlleva también el esfuerzo de subvertiros.
Ambas vertientes de la interpretación analítica tejen un esfuerzo que se efectúa en contraflujo a posibles síntesis, buscando mantener la apertura subjetiva. Ambas van en contra de darle consistencia a la trama discursiva, encausando hacia lo indeterminado tanto del significante como del sujeto.
Volviendo a la risa, se trata de un momento claro en que acontece la división subjetiva. El yo se conmueve, impidiendo que guarde compostura. Reírse es todo un acontecimiento: sucede algo en el cuerpo, lo trastoca hasta un punto de hacernos llorar. Decimos que nos dio un ataque de risa, que podemos morir de ella; la risa nos ataca, como si nos dejara sin defensa, como si la censura moral perdiera su fuerza por un instante. El chiste nos coloca en un lugar incómodo, en un entre. No siempre es bienvenido, puede descolocar, tensar y resultar fuera de lugar. Puede leerse como una burla. Recordemos que algo en lo que insiste Lacan una y otra vez es que la interpretación está supeditada a la transferencia. Que las palabras que pronuncie el analista estarán sujetas a desde dónde se escuche.
Recordemos el embrollo que produjo una de las propuestas clínicas de uno de los fundadores del psicoanálisis y de los interlocutores más importantes que tenía Freud en su momento: Ferenczi. Frente a la resistencia que inmoviliza los tratamientos hasta el estancamiento, Ferenczi propone una técnica activa, la cual versaba en consignas, recomendaciones, sugerencias. Sin embargo, rápidamente se percató de los peligros de su experimentación: “…estas consignas representan un peligro; conducen al médico a imponer su voluntad al paciente en una repetición efectivamente parecida a la situación padre-hijo, o a permitirse actitudes más bien sádicas propias de un maestro de escuela”.[7] Posteriormente a esta advertencia que parece hacerse a sí mismo, la técnica activa llega a tener otros matices, ahora más bien como un artificio que permite precipitar la asociación ahí dónde había perdido libertad.
Creo que, más bien, lo activo radica a lo que apunta Miller con su formulación sobre la ironía. Miller articula la ironía a la caída del saber que se le supone al analista.[8] Suponemos la existencia de un saber universal sobre qué hacer con la vida y el malestar en la cultura. Cuando cae, se muestra que no hay una regla general, una receta la cual podamos seguir todos para acceder a cierta felicidad; cae esa promesa. La ironía sería uno de los restos de este proceso. ¿De qué nos reímos? Si lo que cae son esas reglas universales que pretenden imponerse para todos, la burla es de esos ideales que aplanan la multiplicidad de cuál puede ser la existencia. Quizá no solo se hace de la vida una obra de arte, sino también una sátira.
Me parece que esta idea está en sintonía con la formulación sobre la interpretación como recorte del sentido para desmontar ideales. Desde este planteamiento, la ironía puede ser concebida como la capacidad de reírse sobre uno mismo. Detengámonos un momento aquí. ¿Qué implica reírse de sí mismo?
Se despliega el sí mismo, efectuando un corte que permite vislumbrar una parte del ser como objeto de humor. Reírse de este modo produce una ruptura; implica abandonar la terquedad por vislumbrarse como un ente homogéneo. Hacer un chiste de sí, de gestos, de acciones, conlleva a alojar la posibilidad de equivocarse, aceptar el error. No creo que sea una práctica sencilla.
Resulta muy distinto quién hace la broma. Quiero decir; ¿tiene el mismo efecto si la ironía es de parte del analista o del analizante? Es pequeña, pero es una gran diferencia.
Cerramos el primer texto planteando los espinosos avatares que implica el hacer reír. Lo cual no quiere decir que debamos descartarlo, porque implicaría negar una parte de lo que sucede en cada proceso. Proponemos abordarlo sin resistencias.
* Diego Safa Valenzuela
Practicante del psicoanálisis en su dimensión clínica y de transmisión (Dimensión Psicoanalítica y UAM Xochimilco) Doctorante en Ciencias de la Salud Colectiva (UAM-X). diegsafavale@gmail.com
Notas:
[1] Freud, S. (1890 [2004]). Tratamiento psíquico (tratamiento del alma). En obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, p. 115.
[2] “Ciertamente, es propio del genio del psicoanálisis hacer cosas así, y por eso no nos ha de sorprender que el único punto, en suma, de la obra de Freud, donde se mencione lo que otros decoran con una mayúscula, a saber, el espíritu, sea su obra sobre el Witz” p. 22
[3] Lacan, J. (2019). El seminario de Jacques Lacan: Libro 5: Las formaciones del inconsciente 1957-1958. Buenos Aires: Paidos.
[4] Freud, S., y Breuer , J. (1893-95). Estudios sobre la histeria. En obras completas. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.
[5] Freud, S. (1905 [1901]). Fragmento de análisis de un caso de histeria. En obras completas. Buenos Aires: Amorrortu.
[6] Lacan, J. (2009). Escritos 2. México: Siglo XXI, p. 566
[7] Ferenczi, S. (1920 [1981]). Prolongación de la “técnica activa” en psicoanálisis. Madrid: Espasa Calpe. p. 2.
[8] Miller, J. A. (2012, noviembre). Ironía. Edición N° 7. Consecuencias: Revista digital de psicoanálisis, arte y pensamiento.
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