(Polifonía y Hospitalidad. Opus 3)
En esta nota, escrita a cuatro manos, Eduardo Smalinski y María Ángela Gialdino comparten con nosotrxs su estar pensando la clínica, y el lugar central que encuentran para la amistosidad en el campo de la salud.
por Eduardo Smalinski* y María Ángela Gialdino **
Nos ocuparemos de pensar en qué podría consistir la amistad y la amistosidad en la clínica (si fueran diferentes).
No es fácil diferenciarlas. La amistosidad parece referir a una sustancia que reviste los vínculos, la amistad parece el vínculo en sí mismo. Como sea, nos ocuparemos de pensar en qué podría consistir la amistosidad en nuestro medio, en el campo de las instituciones de salud y en el campo del psicoanálisis.
La palabra amistosidad es una especie de neologismo que venimos usando hará unos años en diversos encuentros. Para nuestra sorpresa, el término existe. Amistosidad: Perteneciente o relativo a la construcción de vínculos o relaciones afectivas con su entorno.
Un paciente se preguntó si podía hacerse de amigos en la Huerta del Centro de Salud Mental Ameghino -donde trabajamos-, ya que le habían dicho que estaba prohibido tener amistad con los psicólogxs. Intentaremos poner en diálogo esta pregunta.
Contrapunto Melódico
Amistad y Psicoanálisis
Eduardo Smalinsky
Las relaciones de amistad vividas por Ferenczi con los psicoanalistas de su tiempo sirven para indicar dos tipos de procesos de subjetivación en la clínica analítica. Por un lado, estaría el modelo de ortodoxia, patriarcal y autoritario. Los analistas comprometidos con este significado del tema de la amistad, imponen una jerarquía clínica en la que la superioridad del analista sobre el analizando se basa en el conocimiento conceptual que le pertenece al primero. Sin duda, esta es una referencia al pasional y tormentoso vínculo con Freud.
El otro modelo de amistad cuestiona las reglas de neutralidad y abstinencia del psicoanalista, admitiendo que el analista no debe protegerse, ya sea preservando su imagen narcisista, ya sea dejándose dominar por marcados rasgos superyoicos. La sensibilidad del analista le daría, finalmente, el discernimiento necesario para plantearse de forma sincera y, al mismo tiempo, responsable frente a la resistencia del analizando. Esto significaría que la amistad establecida en la clínica sería el signo indudable de la orientación inconsciente del analista en la dirección de la subjetivación del analizando.
Así, Ferenczi se sirve de la cuestión de la amistad para proponer el papel central para una teoría de la subjetividad y para una clínica de la subjetivación, que deriva del lugar ocupado por la cuestión de la alteridad en el pensamiento psicoanalítico. De hecho, solo entonces la importancia del encuentro y del otro, entendido en su sentido radical, es decir, como característica intrínseca de la subjetividad, sería capaz de elevar la amistad a un operador central de la subjetivación.
Subraya Ferenczi la necesidad fundamental de la implicación del analista en el análisis -entendiendo el análisis como una modalidad eminentemente psicoanalítica de encuentro- de tal manera que no se resista, aunque sea inadvertidamente, al tratamiento del analizando. Es decir, solo si el analista puede ponerse como “amigo” del analizando, con responsabilidad y sensibilidad, esto puede desarrollar un modo satisfactorio de subjetivación. De este modo, el analista estaría comprometido con la singular historia del analizando. El cambio de estado subjetivo que, solo entonces, se produce en ambos protagonistas sería igualmente evidente.
Para Ferenczi, el éxito del análisis depende de la “verdad” del vínculo de amistad establecido entre analista y analizando, siendo este el mayor signo de que el analista habría sido capaz de controlar su propio narcisismo y que su demanda inconsciente está orientada en dirección del tratamiento del analizando. Ferenczi distiende el alcance clínico de la práctica de la amistad, extendiéndola para incluir las relaciones teóricas e institucionales del analista con sus pares.
Zyghouris nos habla de una transferencia horizontal donde se despliega una relación asimétrica, aunque menos desigual entre los seres humanos. Nos dice que: “El análisis transcurre en esa área de juego”; “Todo aquello que pertenece a una relación lúdica, no soporta una relación de pura verticalidad”. En este tercer tipo, la transferencia horizontal surge en la entridad, en presencia. Es el vínculo que se vive, es la parte sensible de la singularidad de los cuerpos. Un ir produciéndose junto con otro, una entrega, un dejarse llevar en la clínica del presente, de lo único, de lo singular.
En este estar juntos de dos cuerpos en el vínculo, en tanto fundamento humano de la empresa analítica, la experiencia más osada consiste en pensar libremente. Para llegar a esto es necesario tener una confianza extraordinaria en este compañero-cómplice que es el analista.
Permanentemente la vida brilla en ese intervalo humano del intercambio inconsciente siempre desigual, aunque tenga lugar entre semejantes.
Esta modalidad transferencial entre semejantes desiguales, al fraternizar la escucha, nos devela un analista que ofrece un hacer junto con. Un analista con disponibilidad subjetiva para alojar, contener y flexibilizar a la hora de delimitar las jugadas terapéuticas en el campo clínico. Es por eso que, ese dejar fluir deviene en campo fértil para la producción de intervenciones creativas.
En “Políticas de la amistad” Derrida afirma que esta imposibilidad de definir al amigo, de hallar la causa misma de la indeterminación de un lenguaje de principios universalmente válidos para hablar de la política en Occidente, la indeterminación del amigo como noción básica que soporta y da sentido a los valores humanos, significaría la innecesaria obstinación de prolongar un discurso sobre la democracia, la igualdad y la libertad —un discurso de la fraternidad— como hasta ahora se viene haciendo en Occidente. Es decir, donde surgen los llamados a la amistad y a la concordia, a la pacificación y al consenso, ahí también crecen los chantajes atómicos, los bloqueos económicos, los desembarcos y la violación de la soberanía de las naciones; todo ello bajo el amparo de un discurso moralizador y justiciero monopolizado por un centro que no se halla ahora en ninguna parte pero que, para Derrida, se hace más presente que nunca en un lenguaje absolutamente excluyente del Otro, del enemigo: el discurso de las políticas de la amistad con Occidente.
Para Winnicott, los encuentros que nos permiten hacer, transformar y transformarnos, pueden ser pensados como amistades definidas por el uso. Estos encuentros que posibilitan la composición y el aumento de nuestra potencia pueden ser pensados como encuentros donde los diferentes modos de lo espontáneo nos permiten ser creativos.
La mayor parte de los vínculos que nos propone el campo del psicoanálisis pueden ser concebidos como modos de amistad donde de alguna forma se despliegan diferentes modos del jugar: jugamos con pacientes, colegas, grupos e instituciones. Lo hacemos, no solo porque es parte de la profesión que elegimos, sino también porque esa forma de intercambio con los otros constituye un modo de enriquecernos con lo que otras subjetividades y otros modos de subjetivación pueden aportarnos.
Si nuestra tarea simplemente consistiera en lo que podemos aportar, no solo se tornaría rutinaria sino, sobre todo, empobrecedora. Por el contrario, en nuestra clínica nos encontramos con personas, grupos e instituciones que no pueden jugar, que no están en condiciones de hacerlo o están detenidas en algún momento donde esa transicionalidad se detuvo. Nuestro trabajo consiste en generar y sostener las condiciones que posibiliten ese pasaje entre no contar con la capacidad de jugar y estar en condiciones de. Una vez que el jugar se despliega, ese modo de amistosidad sigue su curso con el detalle de que es en función de las necesidades del otro y será sostenida hasta donde sea posible.
Esta forma de amistad es interesada, hay un interés mutuo en su desarrollo y además está ligada a condiciones que pueden ir variando, nunca son fijas.
Al respecto de la amistad, la ética de Spinoza la concibe como un útil para incrementar la potencia de acción, una estrategia política de liberación que incrementa nuestra alegría y concibe lo útil de las asociaciones humanas; se sitúa entre lo racional y lo pasional; no hay nada más útil para salir de la soledad y del aislamiento. Ser usadx, usar, tiene en estos tiempos una connotación que lleva más a la manipulación que a la amistosidad. Sin embargo, dejarse usar es permitirse componer con otro y que aquel lo haga con uno.
En este momento en que vemos tanta gente viviendo en la calle, escuchamos que desde el gobierno nos aconsejan “no ayudarla” para no instalar lo que llaman “el pobrismo”. Mirar a esas personas, dialogar con ellas y preguntarles sobre cómo ayudarlas puede ayudarnos a entender las razones por las que están allí, que no son del todo diferentes de las que nos afectan a nosotros. No se trata de volvernos amigos sino de que la amistosidad nos acerque y nos permita transformarnos. Si esos encuentros se facilitan y se propician, nos pueden aportar una experiencia que abra un nuevo espacio, que no es solo el de la calle y el de la casa, el del afuera y el del adentro, sino un nuevo espacio intermedio que nos transforme a todos los que tenemos disposición a habitarlo y compartirlo.
Es valioso considerar de qué manera nuestra posición nos afecta y afecta a otros. Podríamos preguntarnos si las normas nos usan a nosotros o nosotros usamos a las normas. Si nosotros usamos las normas hacemos lo que nos parece adecuado. Si las normas nos usan, estamos fritos, porque hay una arbitrariedad en juego en la cual nosotros no advertimos las consecuencias que implica ese ser usados.
Componiendo con lo Disposible (de manera Provisoria) ...
María Ángela Gialdino.
Desgraciadamente vivimos en un mundo donde los poderes nos quieren tristes.
Podríamos pensar que los poderes trabajan en nosotros como con la naturaleza, de manera extractiva. Extractivismo de la vitalidad, disminución de la potencia de acción, de la pulsión vibrátil que nos hace resonar amistosamente entre diferentes. Tomemos la obra de Haraway, ella muestra cómo el encuentro multiespecie es una referencia importantísima a la hora de cultivar una práctica ética. Allí el humano se confronta con la otredad significativa, dado que se entra en relación con otros que radicalmente no son un nosotros, ni tampoco humanos. Como tal, el encuentro multiespecie nos fuerza a encontrar nuevas maneras amistosas donde escuchar y pensar más allá de nuestros mundos morales, de manera que podamos ayudarnos a imaginar un mundo donde se respete la multiplicidad de los modos de vida.
El modelo de existencia antropocéntrico del capitalismo –por más que parezca que funciona cada vez mejor–, se agota, nos agota, porque este es un modo de vida insustentable e invivible. El agotamiento puede verse como una negatividad. También podemos pensar que a partir de esto sería inevitable producir otra cosa, otro tipo de sociedad, colectivos o comunidades u otros modos de convivir.
El pensamiento simbólico cuando está desenfrenado puede hacer que nosotros mismos nos sintamos como si estuviéramos separados de todo: de nuestros contextos sociales, de los ámbitos en que vivimos, y finalmente hasta de nuestros deseos y sueños, disparando una gama amplia de sucesos y generando todo tipo de experiencias de alienación. No creemos que sea casual. El sistema capitalista en que nos encontramos tiene esta habilidad para producir una disociación permanente donde lo fundamental sería que nos insensibilicemos y/o -desde otra perspectiva- que no constituyamos experiencias, que todo el tiempo nos apartemos y nos aislemos de la experiencia, una experiencia más pensada como experimentación, que es a lo que terminamos a veces temiendo.
El pensamiento simbólico desenfrenado se parece a las palabras que pierden el alma. Como diría Suely Rolnik, si las palabras pierden el alma ya no funcionan como palabras, pasan a ser otra cosa. Eduardo Khon habla del pensamiento desenfrenado y menciona cómo este puede generar mentes separadas del anclaje a la vida, que de otro modo los cuerpos podrían promover. ¿Intentamos sobrevivir a un pensamiento simbólico desanclado de su alma? ¿Experimentamos formas de disociación psíquica sistemática, que eventualmente nos quitan potencia y que nos impiden hacer nuestras propias experiencias, sumergiéndonos en una especie de religiosidad hegemónica y tranquilizante?
Hay una depreciación de todos los valores en que anclaba nuestra existencia y un cierto cinismo donde ya nada vale la pena. Pero el nihilismo tiene su reverso, porque en cuanto se pierden esos sentidos es que el horizonte puede ser abierto para otras modalidades de existencia y otras producciones de sentido.
Hay seres de los cuales no podemos decir exactamente si existen o no dentro de los parámetros de visibilidad inmediata capitalista que portamos
inevitablemente. Sin embargo, existen, pero de un modo singular. La dicotomía existencia no existencia es pobre para acoger esa multiplicidad…hay cosas que existen un poquito, en potencia, hay cosas que existen por debajo de la percepción… y hay modos de existencia que nos transforman cuando estamos disponibles y aliados a ellos.
En el texto del ritornelo, (en mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia) Deleuze y Guattari se sirven de la música para pensar este tipo de transformaciones que pueden acontecer. Allí definen el territorio diciendo que es la marca cualitativa la que crea territorio y no a la inversa. El territorio no es anterior a ella, la territorialización está dada por las funciones que en él se desarrollan, las cuales suponen una expresividad que “crea” territorio. Entonces, el factor territorializante debería buscarse en el devenir expresivo, una suerte de ritmo (ritornelo) basado en la emergencia de diversas cualidades específicas como el olor, el sonido, la silueta, formas expresivas pre simbólicas. Así se van creando motivos territoriales que van formando contrapuntos rítmicos, que forman paisajes melódicos. El desarrollo de los vínculos humanos tiene que ver con la creación de estos paisajes melódicos. El ritornelo es como un círculo; uno entreabre el círculo al transitarlo y deja pasar a alguien, uno llama a alguien o bien uno sale afuera, se lanza. Uno se lanza y arriesga una improvisación. Improvisar es unirse al mundo con mayúsculas, confundirse con él. En esa improvisación surgen líneas de fuga, movimientos, gestos y sonoridades diferentes, uno deserta de lo normado, se fuga del territorio codificado.
En Ameghinoverde (huerta terapéutico-Comunitaria del Centro de Salud Mental Nro. 3, “Dr. Arturo Ameghino”) se estuvo un par de meses para construir entre los participantes una puerta de madera. El uni-forme se desvanece cuando los cuerpos se dejan llevar por las derivas de la construcción, planificación y contacto con ese proyecto. Todos los roles son intercambiables según el trabajo a hacer y todos también son resolvedores de problemas de último momento con lo que hay al alcance, deviniendo también inventores de recursos sobre las dificultades que van apareciendo ideando soluciones de maneras a veces insólitas, tales como cinta de enfermería para emparchar una malla sombra. El clima es de alegría y compromiso con lo que acontece, y lo que se ve desde afuera es una armonía polifónica en su multiplicidad amistosa y colaborativa. Eso trae afectos que generan efectos subjetivantes en todos los que participamos dado que se abre la puerta a un modo de transitar el espacio institucional más allá o más acá de los parámetros de visibilidad que determina el mismo marco institucional, donde a veces la norma sacrifica una población gigante de seres que obedecen a otros modos de existencia distintos del nuestro.
Lamentablemente, en las instituciones el pensamiento tiende a burocratizarse, cada concepto en un cajoncito y, así, miramos la realidad desde el contenido de ese cajoncito oscuro y permanente.
La experiencia de territorialización y reterritorializacion precipitarían las singularidades para diferir de uno mismo, para pensar diferente, como dice Foucault. Pero no se trata de pensar diferente de los demás sino de uno mismo, de lo que uno mismo pensaba, como un desafío a romper la estructura estática, detenida, en la que uno se consolida como erudito. Poner en movimiento el pensamiento, porque si no, ¿cómo hacer para poner a funcionar el deseo?
Guattari en el tratamiento del paciente esquizofrénico, decía: “acompañar el caminar, pero en puntas de pie, y sostener cierta suavidad en el decir, o sea: tener la disposición a un “además de la norma”, una sutileza en la presencia que permita el encuentro entre los mundos circundantes de uno y otro sin atropellamientos ni invasiones. Tenemos incorporadas matrices represivas y no nos es fácil interrogarlas, cuestionarlas y transformarlas, pero solo de esa interrogación podríamos inventar la puerta al jugar. El jugar se desarrolla en el despliegue de la amistosidad, de aquí que se aleja enormemente de la idea de amistad como desinteresada e incondicional.
Se advierte que existen diferentes políticas de la amistad y nos interesan aquellas que soportan las paradojas que necesita el jugar, la transicionalidad y los espacios intermedios para desarrollarse. No deben ni pueden ser definidos, ni se puede conocer de antemano adónde podrían llevarnos. Nadie sabe lo que pueden los cuerpos.
En una práctica como la del yoga dentro del Centro de Salud Mental 3, por ejemplo, cada semana se repite la cancioncilla (ritornelo de la práctica), al tiempo que se desterritorializan cuerpos sobrecodificados, rigidizados por diagnósticos que psicopatologizan quizá el dolor de ser invisible. La pulsión vibrátil del conjunto arma otros cuerpos, otros rostros en contrapunto melódico, reterritorializando singularidades heterogéneas, múltiples , simultáneamente “en común”, quizá invitando a habitarse entre los otros de otras maneras, porque ese efecto de reterritorialización crea una vecindad no enemiga.
La palabra vecino es bella. Es una palabra a la que le han querido quitar el alma muchas veces… ser Vecino atento, sensible. Vecindad que implica una tarea permanente de armonización… de producción de una porosidad entre cuerpos.
En la huerta sucede una desterritorializacion inclusive del espacio, un desde casi afuera del espacio instituido y nos reterritorializarnos en torno a la tierra misma, a su cuidado amistoso, en una afinidad común “cuidarla para metaforizar el cuidado mismo de la vida”.
Es evidente que la moralidad es una de las muchas dificultades de la vida humana, desde Nietzche la moral es la cosecha de las acciones reactivas, que se homologan a las pasiones tristes de Spinoza. Estamos inmersos en muchos legados “demasiado humanos” de una historia colonial que afecta parte de nuestra vida en torno al binarismo poder- esclavitud.
Paisajes Melódicos y Polifonía
Gialdino- Smalisnky
Amistosidad en la clínica individual, en el consultorio y en las actividades comunitarias es para nosotros lo que acontece en nuestro territorio Ameghino. No hay una clínica mejor que la otra, ni es lo colectivo una superación de lo individual, ambas son herramientas necesarias en simultáneo para estos tiempos violentos.
Estamos imbuidos de una cultura religiosa y metódica, que nos piensa como una suma de órganos, con una nítida separación entre un psiquismo concebido cómo mental y un cuerpo biológico separado, donde además nos resulta casi imposible concebirse por fuera del universo capitalista que obliga a la competencia o la rivalidad.
La pregunta sería: ¿Podremos los psicoanalistas jugar con los juguetes analíticos con libertad e independientemente de las orientaciones analíticas que tomamos en los comienzos de nuestra experiencia?. No se trata de pelear con el psicoanálisis sino de poder jugar con él. ¿Cuál es la importancia del jugar? ¿Lo podremos considerar seriamente? ¿Podremos salir de nuestros closets o armarios epistémico-ideológicos y desarrollar las existencias analíticas que tengamos necesidad y deseos de experienciar?
El capitalismo logra que el psicoanálisis, cómo cualquier otra mercancía, sea un objeto de consumo. Muy diferente sería que pudiéramos hacer uso de él, usarlo como lo necesitemos, como nos convenga, como queramos. Es diferente que haya modos de ser psicoanalistas pre establecidos, como también de ser médicos o enfermeros, a que busquemos y encontremos nuestros propios modos de existencia, de uso. En relación al uso y al consumo, se agrega sobre todo en la institución pública la cuestión de la propiedad, de los espacios, de los consultorios, de los residentes y también de los pacientes. Ejercer un control sobre ellos es parte de una estructura patriarcal que aún nos habita y para la que todavía nos cuesta encontrar alternativas.
Deleuze habla de re encantar el mundo, proponemos quizá re encantar el psicoanálisis, teniendo la disponibilidad de jugar a apropiarnos y refundar el territorio institucional, entendiendo la propiedad como “lo que hace apropiado”, y no como propietario de un saber, soportar des-apercibirnos y dejarnos fluir y acontecer con otrxs.
Nadie sobrevive a un cuerpo sin órganos pleno, pero menos aún a un organismo sin fugas. ¿Cómo alternar estás construcciones de sentido?
Las prácticas que nos involucran como comunidad vencen las fronteras de lo imprevisto; permiten el armado de una maquinaria fugaz y mágica en los cuerpos, otras maneras de mirarnos. Microterritorios existenciales habitados por múltiples encuentros entre pacientes, profesionales, vecinos… En definitiva, devenir acontecimiento e intensidad; si el pensamiento como experiencia no carga una intensidad es porque no nos tocó, no nos arrastró. La intensidad no es velocidad, es vibración… La amistosidad, entonces, como una manera de devolverle el alma a la palabra hospitalidad, como un hacer cuerpo con otrxs para dejar existir eso desconocido… y, en ese existir, que la provisoria e inacabada forma polifónica nos permita construir paisajes melódicos más vivibles y compartibles, sea en un consultorio, sea en un pasillo lúdico, o en una meditación. Ponernos a producir bolsones de aire respirable para no asfixiarse, algo que nos dé un respiro…
Amistosidad, como la manera de devolverle el alma a la palabra hospitalidad, no remite a un mundo azucarado. Un mundo azucarado no es ternura, pero podemos potenciar el optimismo para darnos asilo, cuidar y cuidarnos el alma, ¿seremos capaces?
* Eduardo Smalinski
Psicoanalista, trabajador del CSM N° 3 GCBA. Investigador sobre fenómenos transicionales.
* María Ángela Gialdino
Psicóloga clínica, máster en raja yoga y tantra yoga, operadora en huertas terapéuticas agroecologicas hospitalarias.
Estudia filosofía práctica, ecosofía y afectividad ambiental
Trabaja en centro de salud mental ameghino.
Referencias: Este trabajo articula con diversos autores en polifonía: Ferenczi, Zighuri, Winnicott, Spinoza, Khon, Rolnik, Deleuze y Guattari (Mil Mesetas, Capitalismo y Esquizofrenia, El AntiEdipo, etc., etc.), Foucault, Haraway y otrxs
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