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Facilitaciones y obstáculos para la elaboración

  • Eduardo Smalinsky
  • hace 23 horas
  • 13 Min. de lectura




por Eduardo Smalinsky



En las siguientes líneas el autor propone deconstruir el concepto de sublimación, que aunque resulte valorizado mayoritariamente por parte de los psicoanalistas, encierra sin embargo ideales químicos y religiosos que profundizan la disociación entre psique y soma


Introducción


“El desamparo en la desolación es suponer que hay un vínculo y, por lo tanto, no imponerse construirlo. El vínculo en la desolación es lo que uno puede pensar con otro”

Ignacio Lewkowicz


Esta cita de Ignacio Lewkowicz sirve como punto de partida para reflexionar sobre el pensamiento como un acto creativo y colaborativo, más allá del saber y la verdad. Se propone pensar aquello que está en los límites de lo concebible y lo nombrable, entendiendo el pensamiento como un juego y una invención.


El pensamiento como invención y juego


Lo que me interesa del epígrafe, no es solo la idea de pensar con otros, sino de pensar como algo diferente al saber y a la verdad. Se trata de que pensemos aquello que nos trae dificultades, aquello que está en el límite de lo concebible, de lo nombrable. Me gusta la idea de pensar cómo inventar, cómo jugar. No deja de ser eso que afirmaba Spinoza, pero que es retomado por Deleuze: “nadie sabe, ni puede saber lo que puede un cuerpo, un cuerpo que piensa. Nadie puede saber hasta dónde y cómo puede llegar su potencia de pensar” (1992, p. 45).


Sublimación y su relación con lo político


Voy a intentar compartir una serie de preguntas que son parte de cómo pienso y sostengo mi trabajo como analista. De algún modo, esa conversación que me interesa ronda en torno cómo concibo el jugar en psicoanálisis. Me hago algunas preguntas sobre el concepto de sublimación y su relación con lo político. Es decir, cómo lo político incide sobre la teoría y la práctica. Cuando hablo de tal dimensión, me pregunto hasta dónde lo que llamamos procesos de elaboración y de tramitación apuntan a un aumento de la potencia, a componer, y hasta dónde pueden ser procesos de adaptación, de normativización e incluso de disciplinamiento.


Trataré de confrontar la idea de la sublimación como una exigencia ante la que se encuentra el sujeto para un intento de domesticación del campo pulsional, con el concepto de gesto espontáneo, de creatividad primaria y de lo transicional como un modo de tramitación que está posibilitado por una zona de no exigencia. Ese, a mi entender, es el punto diferencial con la sublimación. Mis preguntas apuntan a si se trata de plantear exigencias a los modos de tramitación o de proporcionar mediaciones para que los modos de elaboración sean producto de esas propiciaciones. Me parece un modo potable de articular lo político con la práctica del psicoanálisis.


Hay políticas que ofrecen mediaciones, que permiten afecciones psicosomáticas, que incentivan sensibilidades y que no imponen exigencias. Hay políticas restrictivas, que imponen disociaciones y escisiones, que favorecen insensibilidades y que imponen exigencias.


Lo político y las matrices de subjetivación


Mi interrogante gira sobre cómo lo político incide sobre nuestra existencia, constituyendo matrices de subjetivación. En este sentido, me pregunto cómo lo político incide sobre los modos de elaboración y tramitación que ha descubierto el psicoanálisis. En Recuerdo, repetición y elaboración, Freud plantea una serie de ideas, diría paradojales. Primero, que el trabajo analítico estaría ligado al recordar, aunque da pie a entender que ese recordar tiene límites y produciría un pasaje al campo de la repetición. La repetición, desde esa perspectiva, sería producto de una represión que impide el recordar, por ser intolerable a la conciencia. Esta posición se sostiene por adherir a una perspectiva representacional y moderna, propia de su época.


El problema de lo representacional no es tanto que podamos escapar a las representaciones de una u otra manera, sino que tendemos de forma inconsciente a naturalizarlas o a universalizarlas antes de tener la oportunidad de visibilizarlas y reconstruirlas de algún modo. Eso es lo que sucede con el Edipo, con la falta, con la castración: son representaciones que deben ser consideradas en su contexto y en el lugar que ocupan en las relaciones de poder. Sin embargo, Freud avanza y plantea que repetir es otra forma de recordar aquello que de algún modo no puede ser recordado, y ahí sí plantea la alternativa de que algunos elementos no pueden ser recordados porque nunca fueron olvidados. Esa sería una repetición que no es producto de la represión.


Si no se trata solo de recordar, sino también de repetir. Y ese repetir, cómo dice Lacan, debe ser cuidado y en algún modo propiciado. Se debe evitar según Lacan, que la repetición colapse, que sincope antes de tiempo, aunque no deje en claro hasta donde llega la repetición y como puede propiciarse y recepcionarse. Aquí estamos en el campo de la elaboración y de las tramitaciones psíquicas, donde el psicoanálisis ha concebido la interpretación, los señalamientos, las construcciones, los cortes y las escansiones, entre otras formas de intervención analítica.


Si consideramos el acontecer psíquico más del lado de una repetición que no es producto de la represión, sino más bien su causa, podríamos preguntarnos cuáles son los modos adecuados de elaborar o tramitar ese campo de repetición. ¿Se tratará de sublimar, exigiendo a la pulsión que cambie su vía y su objeto? ¿Hasta dónde los modos de elaboración están signados por políticas de adaptación que operan de modo inconsciente? ¿Hasta dónde la sublimación está determinada por ideales de carácter religioso y sostiene su prestigio en producciones artísticas extraordinarias, no reconocibles en el acontecer psíquico del común de las personas?


Crisis de la sublimación


“Una sola cosa alude a una posibilidad feliz de satisfacción de la tendencia, la noción de sublimación” (Lacan, 1959-1960, p. 123). ¿Implica esto una crisis de la sublimación? ¿Su imposibilidad? ¿Está en crisis el concepto de sublimación? Según Celio García (1975), con la emergencia del discurso capitalista ya no sería posible pensar en términos de sublimación; sin el apoyo de un Otro ideal que tendría un lugar fijo, como ocurre en la religión, la sublimación entra en crisis.


En el primer número de Ornicar?, publicado en enero de 1975, Gilles Mathiot ya declaraba que los analistas quedan en pánico frente a la sublimación. Síntoma y sublimación se presentan, inicialmente, como modos alternativos de satisfacción. El primero trae sufrimiento porque implica una formación de compromiso entre la satisfacción pulsional y la punición que de ello adviene. Al paso que la sublimación podría ser pensada como una salida más feliz, pues no paga el precio de la represión.


Sin embargo, se verifica que la sublimación no es sin sufrimiento, como lo testimonian relatos de artistas y escritores. Somos llevados por Freud a constatar que la sublimación de la libido, si no es acompañada por otras fuentes directas de satisfacción sexual, libera un goce de otro orden, un sufrimiento, pues satisface los impulsos agresivos del superyó. Con la segunda teoría pulsional, Freud será llevado a considerar no solo la desexualización de la pulsión en la sublimación, sino también sus efectos en términos de defusión pulsional: el componente erótico pierde su fuerza de unión con la tendencia agresiva y mortífera y, desde dicha desunión, el ideal extraerá el trazo superyoico de dureza y crueldad del imperativo, del deber. En ese sentido, la sublimación no es una salida feliz.


Deleuze, Guattari y el cuerpo sin órganos


Oswaldo França Neto, autor de Freud e a sublimação: arte, ciência, amor e política, afirma que, en el Seminario 23, el silencio de Lacan frente al término sublimación salta a los ojos. En su lugar, Lacan prefiere forjar otro nombre: sinthome. Sublimación tiene sus raíces en la alquimia (transformación del vil metal en oro puro), en la química (pasaje directo del estado sólido al gaseoso, sin pasar por el estado líquido) y en la moral (purificación del alma, o elevación a una mayor perfección). Trae así, en su raíz semántica, cierto ideal de elevación, de ascesis, de desprendimiento del cuerpo hacia una abstracción pura y perfecta. Quien sublima se vería libre de las imperfectas y constrictivas necesidades corporales. No es gratuito que el concepto de sublimación, en Freud y Lacan, se encuentre, con frecuencia, ambiguamente mezclado con el concepto de idealización; a veces próximos, a veces definidos por sus diferencias. Así, si en Freud la sublimación se distingue radicalmente de la idealización, en el Ideal del yo encontramos una convergencia de los dos procesos. Lacan, en el Seminario 7, al trabajar el amor cortés, después de definirlo como idealización y sobrevaloración del objeto, lo sitúa como un “paradigma de la sublimación”.


Según Marie Hélène Brousse, una serie de límites resultan entremezclados y las barreras clásicas se convierten en litorales, bordes ambiguos:


- La barrera entre el cuerpo y el organismo.

- La barrera entre el adentro y el afuera, lo íntimo y lo exterior, la subjetividad y la objetividad.

- La barrera entre el sentido propio y el sentido figurado.

- La barrera entre símbolo y referente.

- La barrera entre significante y semblante.

- La barrera entre el objeto de arte y el objeto común, entre objetividad y objetalidad.


Deleuze y Guattari sostienen que el psicoanálisis desempeña una función social opresiva y se proponen criticar la concepción freudiana del deseo. El inconsciente para los psicoanalistas es papá y mamá, y, para aquellos, delirios geográficos, raciales y continentales. Escriben: “Edipo nos dice: si no sigues las líneas de diferenciación, papá-mamá-yo, y las exclusiones que las jalonan, caerás en la noche negra de lo indiferenciado” (1972, p. 93).


El Antiedipo aborrece que el psicoanálisis convierta el deseo en una representación. Las ideas anti edípicas acerca de los flujos de deseo no conducen en modo alguno a una filosofía hedonista; más bien la constitución del deseo como proceso apunta a posponer el placer en pos de una plenitud dada por el sostenido aumento de la intensidad. Por ejemplo, la tradición medieval del amor cortés rechazaba el placer del sexo, pero eso no suponía privarse de desear. La ascesis funciona como condición de deseo y no como una prohibición. El Antiedipo sostiene que el deseo no produce fantasmas, produce realidades. Realidad y juego, de Winnicott, propone que el impulso vital de jugar es lo que produce una realidad que merezca la pena de ser vivida.


Son sorprendentes las afinidades entre estas ideas de Deleuze y Guattari, y Winnicott, aunque esas coincidencias no parecen obvias y vale la pena reconocerlas: la idea de un deseo no tan ligado a una representación, sino más bien un impulso vital, semejante al “élan” de Bergson, que al igual que el jugar produce una realidad.

La cuestión es determinar qué hace que el inconsciente fabrique deseos que producen esta realidad y no otra, esta sociedad y no una distinta. Producir lo dado se vincula con el hecho de que cada sociedad se corresponde con una forma particular de organizar la producción de deseo.


La lectura deleuziana de Freud, especialmente de Más allá del principio del placer, plantea: “No se repite porque hay represión, hay represión porque se repite” (Deleuze, 2006, p. 185). Desde la representación, la repetición sólo puede explicarse de modo negativo; es una limitación relativa a nuestra representación del concepto, lo que nos impide acceder a la multiplicidad de las cosas que este puede representar. La repetición sería “la diferencia sin concepto” (Deleuze, 2006, p. 71), y no es entonces representable: “Es debido a que la repetición necesariamente aparece disfrazada, en virtud del desplazamiento característico de su principio determinante, por lo que se produce la represión, como una consecuencia que afecta a la representación de los presentes” (Deleuze, 2006, p. 185).


Según esto, la repetición sería un proceso más profundo que la represión: “No se repite porque hay represión, hay represión porque se repite” (Deleuze, 2006, p. 185). Pero en Mil mesetas será la vida la que ocupe el puesto principal, con la mayoría de los caracteres del instinto de muerte de Diferencia y repetición, pero borradas las palabras muerte e instinto. Lacan ya no coincidirá con Deleuze en cuanto a la cuestión de la pulsión de muerte, íntimamente ligada al concepto de repetición que en Deleuze se va desvaneciendo progresivamente, hasta el punto de que la repetición toma la forma de un ímpetu vital, como si fuese una noción energética asimilada a un desnivel de fuerzas que hace posible los momentos de la vida.


Mil mesetas concibe una experimentación que no consiste en tener experiencias, sino en experimentar, manipular y usar las líneas de fuga para no caer en el fascismo molecular ni que las líneas desemboquen en segmentos totalitarios. Hay que deshacer el yo, el organismo, la significancia, la subjetivación, pero prudentemente, a través de una línea volcánica en pos de un inconsciente diferencial libre de lo familiar.


No puede decirse que Freud y Deleuze estén en la misma línea de pensamiento respecto a la repetición. Como veremos más adelante, Deleuze le reprocha a Freud estar inmerso aún en las coordenadas del pensamiento representativo. Deleuze utiliza a menudo el concepto de línea de fuga para designar una huida por la cual se abandona lo que se debía ser en pos de ir al encuentro de otras formas de vida. La huida no constituye una renuncia a la acción: es un movimiento absolutamente activo.


Uno puede hacerse la siguiente pregunta: cuando un niño está jugando, ¿constituye el juego una sublimación de los impulsos del id? ¿No podría pensarse que hubiese una diferencia de calidad además de una diferencia de cantidad del id cuando se compara el juego que produce satisfacción con el instinto que yace debajo de este? El concepto de la sublimación ha sido plenamente aceptado y es muy valioso, pero es una lástima no hacer referencia alguna a la inmensa diferencia existente entre los felices juegos infantiles y el modo de jugar de los niños que dan muestras de una excitación compulsiva en los que es fácil denotar un estado próximo a la experiencia instintiva.


En esa línea, el jugar como zona de descanso de las exigencias psíquicas, extrañado de la realidad espacio-temporal pero a condición de su instalación, se puede convertir en un acto de simbolización si en ese hacer mismo se produce una transformación en los procesos defensivos primarios de inmediatez y descarga pulsional. El jugar es en sí mismo un productor de líneas de fuga.


El cuerpo sin órganos y el deseo


¿Cómo pasa el deseo por el cuerpo? El cuerpo sin órganos es deseo y gracias a él se desea, no solo porque es el campo de inmanencia del deseo, sino porque cuando en el campo de la desestratificación brutal o de la proliferación cancerosa se trata siempre de deseo, el deseo de desear su propio aniquilamiento como el deseo de aniquilar. El cuerpo sin órganos creado por Artaud es un organismo que nos es arrebatado por las exigencias de producción capitalista.


El deseo incluso puede ser fascista; no es un problema de ideología, es materia psíquica, social, física y biológica. El cuerpo sin órganos está siempre por hacerse. Deleuze toma el cuerpo sin órganos de Artaud, quien en 1947 dio una charla radial que llamó “Cómo terminar con el juicio de dios”. Allí dijo: “No hay acto humano que, en el plano erótico interno, sea más pernicioso que el descenso del supuesto Jesucristo a los altares […] que es quien frente a la ladilla-dios aceptó vivir sin cuerpo”. Él se resiste no al cuerpo, sino a la organización que el capitalismo les da a nuestros organismos.


Se trata de máquinas, engranajes, esa es la idea de un cuerpo máquina con órganos engranajes: un cuerpo que debe funcionar.

En el 73, Guattari escribe, parafraseando a Artaud: “Para acabar con la masacre del cuerpo”. Cualesquiera que sean las pseudo tolerancias de que haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual y afectiva a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento… Sin descansar, continúa su sucia tarea de castración, aplastamiento, tortura y cuadriculado del cuerpo para inscribir sus leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción de la esclavitud.


Allí aparece la inmanencia del cuerpo en oposición a la trascendencia. La inmanencia es una forma de empirismo, de materialismo. El deseo es inmanente, es ese cuerpo sin órganos. Es un cuerpo para vivir experiencias. Ese es el deseo. Es un cuerpo con contornos no del todo definidos que está en transformación. El deseo es el cuerpo sin órganos. Es un cuerpo que se despliega en la experiencia. Es un flujo que se compone o descompone. No sabemos lo que un cuerpo puede, hasta que la experiencia se lo posibilita: “Deshacer el organismo nunca ha sido matarse, sino abrir el cuerpo a conexiones que suponen un agenciamiento de circuitos, conexiones, sentires y umbrales, pasos y distribuciones de intensidad” (Deleuze y Guattari, 1980, p. 178).


Deshacer el organismo no es más difícil que deshacer los otros estratos de significancia o subjetivación. Este es el modo deleuziano de concebir la elaboración.

La significancia se adhiere tanto al alma como el organismo al cuerpo. Tampoco es fácil deshacerse de ella. Y como sujetos; ¿Cómo liberarnos de los puntos de subjetivación que nos fijan, que nos clavan a la realidad dominante? Arrancar la conciencia del sujeto para convertirla en un medio de exploración. Arrancar el inconsciente de la significancia y la interpretación para convertirlo en una verdadera producción no es más difícil que arrancar el cuerpo del organismo.


Eso mismo puede ser el abrir el análisis a los gestos espontáneos, para que se desplieguen y permitan el desarrollo de creatividades primarias, que quedan detenidas y esperan la oportunidad de poder desplegarlas cuando quedaron interrumpidas.


La búsqueda de la felicidad y la sublimación


La búsqueda de la felicidad depara inevitablemente un conflicto abordado por Freud en términos de un antagonismo entre las exigencias internas de satisfacción pulsional y las exigencias impuestas por la civilización. Este tema fue tratado por Freud a lo largo de toda su obra, donde la sublimación aparece como uno de los posibles destinos de la pulsión vis-à-vis las restricciones culturales. Hay otro destino posible: la represión, que entonces retorna en las formaciones sintomáticas.


Ram Avram Mandil (2005) afirma: “No es posible encontrar, en esa perspectiva de Lacan sobre Joyce, ningún elogio a la sublimación como posible 'destino feliz' para la pulsión”. Y, finalmente, escribe: “La noción de sinthome que Lacan elabora a partir de Joyce permite repensar las relaciones entre el psicoanálisis y la obra de arte fuera del contexto de la sublimación, dominante desde Freud” (p. 45). Considerar modos de elaboración que, en vez de exigir sacrificios, posibiliten nuevos modos de existencia, haceres integrados que impliquen pensares no exclusivamente mentales y corporalidades que se separen de la funcionalidad de los organismos y de los órganos.


Las disidencias sexuales han puesto de manifiesto que la existencia de los cuerpos sin órganos es lo opuesto a que estemos definidos existencialmente por lo que la medicina dice de nuestros organismos. La religión y la ciencia sustraen a nuestra existencia corporal: una elevando la existencia a un estrato que aparte al cuerpo, la ciencia imponiéndonos organismos y funcionalidades que abandonan toda experiencia corporal espontánea. El jugar constituye una experiencia creativa primaria contraria a todo entrenamiento funcional. El jugar es un pensamiento nómade que traza líneas de fuga. Pero el proceso analítico no es solo desarrollado por el analizante, sino que el analista es responsable de propiciar y no reaccionar ante esa destructividad primaria; es lo que Winnicott desarrolla en “El odio en la contratransferencia”.





Referencias bibliográficas


Deleuze, G. (1992). Spinoza: filosofía práctica. Tusquets.

Deleuze, G., & Guattari, F. (1972). El Anti-Edipo: capitalismo y esquizofrenia. Paidós.

- (1980). Mil mesetas. Pre-Textos.

Freud, S. (1914/2003). Recuerdo, repetición y elaboración. En Obras completas. Vol. XII. Amorrortu.

García, C. (1975). La crisis de la sublimación en el discurso capitalista. Ornicar?, 1.

Lacan, J. (1959-1960). Seminario 7: La ética del psicoanálisis. Paidós.

Lewkowicz, I. (2006). Pensar sin Estado. Paidós

Mandil, R. A. (2005). La sublimación en Lacan. Revista de Psicoanálisis, 45.

Winnicott, D. W. (1971). Realidad y juego. Gedisa.



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