En un primer momento escribí un texto para el encuentro del Laboratorio articulado alrededor de los significantes “inconsciente” y “política”, que de acuerdo a mis opciones existenciales es siempre la “política de izquierda”. No quedé plenamente convencido con la primera formulación. ¿Por qué?
por Omar Acha*
Argumentaba que era viable ponderar la primera tópica (inconsciente, preconsciente, consciente), descentrando la segunda tópica (ello, superyó, yo), puesto que la inicial ponía de relieve la importancia de la acción. De acuerdo a la primera tópica, cuya lógica se encuentra ya en el “Proyecto de psicología” de 1895, la disminución de la motilidad -Freud menciona específicamente una “parálisis de la voluntad”- habilita una reducción parcial de la represión y la emergencia de esa formación de compromiso que es el sueño.
Si interrumpimos la universalidad de la oposición entre acción y merma de la represión con el texto freudiano sobre la “nerviosidad moderna” (1908), una protesta contra las consecuencias dañinas de la presión social excesiva, entonces tal presunta universalidad deviene en crítica de la sociedad y llamado a la transformación del principio de realidad, es decir, de la ideología de las prácticas socialmente aceptables. La premisa era que actuar es “de izquierda”. Esa presunción es falsa. La extrema derecha también es activista (Mussolini pasó indoloramente de la izquierda del Partido Socialista de Italia a la ultraderecha). Ese fracaso del primer intento de redacción depara, con todo, alguna enseñanza.
Mi hipótesis afirmaba que Freud desarrolló la segunda tópica como una respuesta conservadora a la modificación del principio de realidad generada por la Revolución Rusa: repetición, pulsión de muerte, topografía del “aparato psíquico”, conjunto redundante en un realismo anti-revolucionario finalmente enunciado en El malestar en la cultura. La tesis del revisionismo freudiano respecto del “fortalecimiento del yo” que exasperó a Marcuse y a Lacan no constituye una lectura arbitraria de Freud (genera escasa sorpresa que uno de los portavoces revisionistas, Erich Fromm, nunca dejara de ser un intelectual de izquierdas). Entonces la apuesta era recuperar al primer Freud psicoanalítico, previo a la Revolución Rusa, para sesgar al Freud contra-revolucionario pero todavía progresista.
Desde cierto punto de vista, el inconsciente psicoanalítico participa de una teoría crítica de la sociedad porque su objeto, la formación sintomática que interpela dolorosamente al sujeto, es el subproducto de una colisión entre pulsión y represión. Y no de una manera ingenua, tal como la lee Foucault en su denuesto de la “hipótesis represiva”. Las pulsiones freudianas constituyen un dato antinatural. Son inobservables como tales. He allí un kantismo en Freud. Tampoco son solamente corporales. Y se modifican en sus mutaciones singulares, en sus conflictos insolubles. Por otra parte, la represión está lejos de ser simplemente caricaturizable en la amenaza de castración del pater familias, en la burguesía explotadora o en el Estado controlador.
Entonces, no solo aquello reprimido es posterior a la historia. También admite una represión originaria, una Urverdrängung irreductible al historicismo de las circunstancias inmediatas. Dicho de otro modo, es innecesario suponer un deseo presocial luego sometido por la sociedad. La díada naturaleza (ahistórica) versus sociedad (histórica) requiere ser triangulada por la universalidad de condiciones trascendentales y cuasi-trascendentales. El cuestionamiento de la metafísica de la presencia -la reducción de su temporalidad al presente, digamos de la clínica- es un rasgo de la politización del inconsciente, por cuanto revela el abigarramiento de su cronología.
Las consecuencias del abigarramiento cronológico del inconsciente psicoanalítico son vastas. Si la transferencia es condición del inconsciente psicoanalítico, puede argumentarse que el concepto de inconsciente trasciende el ámbito clínico y que la transferencia posee alcances irreductibles a la situación analítica. Ambos enunciados son compatibles con la identificación de las peculiaridades psicoanalíticas, histórica e institucionalmente específicas, del inconsciente en psicoanálisis, el que no obstante deja de ser patrimonio exclusivo del gremio psicoanalítico.
La extraterritorialidad del dispositivo freudiano, es decir, la imposibilidad de contenerlo en un cordón sanitario regulado por sus profesionales, es precondición de su carácter social y de la posibilidad de una politización. El deseo es él mismo el resultado positivo de una inerradicable productividad de la generación social del deseo, donde se confunden las derivas individuales y colectivas. Mas como esa productividad reconoce una temporalidad de larga duración (la independización de la erogeneidad del celo y la reproducción, el desarrollo del lenguaje, la aparición de plusproducto social, etc.) y una temporalidad ligada al modo de producción capitalista en que surge el psicoanálisis con todos sus dramas, una conexión entre psicoanálisis y política de izquierda involucraría reconocer, en la estructura pluritemporal de la metapsicología, la eficacia de la forma social capitalista en la emergencia del campo psicoanalítico y en su crítica dialéctica, es decir, en la insoluble vacilación entre las vertientes patologizantes y emancipatorias que acompañan al psicoanálisis desde 1900 hasta hoy.
Politizar por izquierda lo inconsciente en ese orden de cosas consistiría en desplegar las líneas emancipatorias en detrimento de las patologizantes, sin olvidar por eso la experiencia de la dolencia que conduce a lxs analizantes al consultorio.
Reflexionando sobre la cuestión luego me pareció que, dado el acuerdo de escribir textos breves, podría avanzar por otro andarivel: el de una historización más radical. Se trata de hacer del psicoanálisis un objeto de examen histórico, lo que no conduce inexorablemente a prescindir de una evaluación propiamente conceptual o teórica. En todo caso, los efectos de una historización se pueden esquematizar en las siguientes tareas:
-Situar al psicoanálisis en su contexto de emergencia y en la secuencia de sus transformaciones. El psicoanálisis pierde así cualquier privilegio respecto de otros programas práctico-teóricos como el mesmerismo, la astrología, la neurociencia, entre otros. Con esto no se trata de igualar al psicoanálisis, relativistamente, con otras formaciones históricas, sino de modificar la consagración como práctica irreductible (con la clínica otorgándose sus propios criterios de validez). La historia del psicoanálisis es decisiva para situarlo en su finitud y posible caducidad.
-Reconocer que los saberes psicoanalíticos, incluso en sus autorxs de mayor talento, son discontinuos, vacilantes, contradictorios, antagónicos, presuntuosos, como ocurre en cualquier otro saber en el mundo sublunar en que coexistimos. Se trata de revalorizar entonces la dimensión “antifilosófica” del psicoanálisis, lo que está lejos de extrañar al psicoanálisis de la filosofía. Los argumentos de Freud, Klein, Lacan o Laplanche, están repletos de ausencias, vacilaciones y silencios, que solo se completan con el deseo irrealizable de una teoría consistente. La rumia ortodoxa en psicoanálisis no es “de izquierda”.
-Aceptar que el psicoanálisis es un campo de disputas tanto como pueden serlo la filosofía deconstructiva, el marxismo o el feminismo. Basta con realizar una módica fenomenología de esas orientaciones, a menudo incluidas en el arsenal de las teorías críticas, para comprender que una apología o una condena in toto del psicoanálisis solo puede hacerse al negar las profundas y a veces violentas tensiones que lo habitan.
-La teoría psi y la clínica poseen fronteras precarias, en última instancia políticas. El movimiento freudiano ya en 1910 advierte el pasaje de una doxa interpretativa al ceder la palabra crucial al sitio del/a analizante. Ese avance dialógico se ha visto contrariado por una institucionalización normativa y nosológica. Ello explica que periódicamente surjan dentro del campo psi desafíos a las derivas derechistas del psicoanálisis. La antipsiquiatría, el esquizoanálisis, el freudomarxismo, las experiencias grupales, entre otras variantes, emergieron de las disputas suscitadas por las potencialidades críticas del propio dispositivo psicoanalítico. Dichas ambivalencias son las que se disuelven en las condenas lineales como las del Libro negro del psicoanálisis.
-La politización del inconsciente en el campo psi involucra cierta violencia proveniente desde el exterior del dispositivo. En el siglo pasado supo nutrirse de acontecimientos parteaguas que habilitaron desafiar las certidumbres internas del mismo. ¿Por qué el psicoanálisis debe ser ajeno a las tendencias conservadoras y aún reaccionarias que suelen seguir a la institucionalización (que sería sin embargo ingenuo demonizar descartando sus contradicciones)? Ya hice referencia a la Revolución Rusa, que generó la posibilidad de una “izquierda freudiana”. Las experiencias de las décadas de 1960 y 1970 son suscitadas por los combates anticoloniales, anti-bélicos, feministas, por la lucha de clases. Cuando en la Argentina se produce la rebelión psicoanalítica identificada con Cuestionamos y Plataforma, desde 1970, uno de los hitos distinguidos por esa insurgencia psi fue el levantamiento popular de 1969 conocido como Cordobazo. Y viceversa: se observa a menudo que en tiempos de reacción conservadora, parte del mundillo psi se ve tentado de embarcarse en una senda derechosa, ahistórica, presuntamente universal.
Estas cuestiones se me presentan, ahora, como vías posibles para reflexionar sobre una politización por izquierda de lo inconsciente, que entiendo no puede prescindir de la historización del psicoanálisis. Tampoco es viable sin una revisión de la historia de la izquierda. Concluyo puntualizando que una politización por izquierda involucra también la posibilidad de una domesticación. La izquierda no es el hogar de la verdad. También la historia de la izquierda revela que ella tiene sus propios demonios.
Mientras tanto, leo y sigo la producción del Laboratorio para revisar mis ideas y aprender caminos impensados en un proyecto común, que todavía no puedo concebir sino como el de una vida libre dentro de los límites de la finitud compartida.
* omaracha@gmail.com
コメント