Muchas veces pensamos lo lúdico como secundario a lo transformador, por lo que sería uno de sus resultados en lugar de uno de sus fundamentos. Esto es correlativo a la dificultad para considerar la sistemática falta de tiempo no “productivo” en nuestras vidas como algo central de las lógicas de dominio que nos atraviesan y constituyen. Sea que se la sufra desde el exceso de trabajo o desde la falta de acceso al mismo, el mandato de productividad propio del “Turbocapitalismo”, aprieta cada vez más.
El jugar tiene la dificultad dinámica de necesitar transformarse para mantenerse juguetón. Un buen ejemplo de eso lo encontramos en la sexualidad, que puede anclarse a la repetición de un ritual efectivo para lograr el orgasmo, pero tiene que poder perder dicha meta -al menos cada tanto- si busca mantenerse en terreno creativo.
Puede jugarse en relación a un objetivo, pero sólo nos mantenemos en terreno de juego si también podemos perderlo, transformándolo y recuperándolo de diversos modos. Entonces, se entiende que muchas de las cosas que importan se arruinen cuando se ponen al servicio de una finalidad no reinterpretable. Y es por eso que, para tomar otro ejemplo importante, el jugar es el principal articulador de modos de representarnos que esquiven las identidades rígidas. Hablamos de un jugar que tanto nos lleva al borde como aporta una medida de sí mismo, en el doble sentido de medida del jugar (que nunca es infinito) y de medida de los propios límites de quien jugando se “disuelve” (se pierde como “adulto”, por ejemplo) en el mismo momento en que se registra y como dicho registro no suele coincidir con lo esperado, es decir, con las representaciones previas del que juega, permite una flexibilidad identitaria que funciona a contramano de lo que de las identidades pueda resultar más rígidizante.
La lógica del capital es la ruina del jugar, porque usa la creatividad que le es inherente para atarse a una finalidad: la producción de más valor. Inclusive usa la capacidad de transformación del jugar para adaptarse a cualquier circunstancia…y hacerla producir más valor.
Como para jugar hace falta disponer de "tiempo no enjaulado", para que lo lúdico ocupe mayor espacio en nuestras sociedades hay que empezar por una crítica del trabajo como ideal. Trabajar mucho como cuestión válida en sí misma -basta pensar en las frases hechas "yo me rompí el culo laburando para tener esto" / "esos vagos no quieren trabajar"- es una enseñanza de sometimiento, de domesticación de lo más propio, pero de eso más propio que al mismo tiempo no puede conocerse por anticipado, y que, por lo tanto, a pesar de llamarse “propio” resulta radicalmente desconocido por fuera de un hacer que nunca sabe para dónde va más que por períodos cortos de tiempo, ya que siempre necesita perder su norte para reinventarlo.
Hablando de tiempos, productividad y juego, un ejemplo límite de lo lúdico en tensión con el producir lo encontramos en un Roberto Galán, quien cuenta en una entrevista que en un momento se enteró de que "los indios de Venezuela no tenían calzoncillos", compró un Jeep, calzoncillos y se fue a vender. Eso no duró mucho. Me parece que era más importante la aventura en Jeep que vender mucho. También me parece que esto último es más valioso que los largos años de "Si lo sabe cante" (sin menospreciar momentos como el de Benigno Escalante reinventando el hit "Cuenta regresiva" de la banda "Europa" haciéndolo devenir “De faina shanda") o esos otros largos años de "Yo me quiero casar, ¿y usted?" (sin tampoco desmerecer el momento cumbre del programa en que esa señora septuagenaria se presentó como "Solterita y sin apuro"). Es cierto que su ánimo juguetón -el de Galán- se aprovechó de la "inocencia" de "indios", viejos y desafinados sin conocimientos de inglés. Aunque no sé si elles no se llevaron algo también (además de calzoncillos, digo)...
Afinando un poco más, les cuento de mi tío abuelo paterno, quien de viaje por el norte argentino se ganó la vida enseñando inglés, que, en rigor de verdad, no sabía. Idish le enseñó a los niños de las familias de esos lejanos parajes, según pudimos enterarnos muchos años después...
Les analistas no matamos rápido la promesa de que sabemos algo de lo más recóndito de les otres, para tener el "depósito" de confianza suficiente para que el "diseño de su propia cura" que cada quien porta sin saberlo, pueda desplegarse a través del jugar que podamos inventar entre quienes participemos del espacio. Un jugar que a veces está en una zona un poco al límite, porque supone meterse con oscuridades nada divertidas…
Lo lúdico puesto a "producir" -y solo si no queda domesticado por la finalidad acumulativa- nunca da lo mismo por “producto”. Lo lúdico puede pesar más que la supuesta finalidad, pero también puede quedar capturado y sometido a producir (esta vez sin comillas)…y nada que se lleve a cabo igual durante mucho tiempo tiene chances de poner la creatividad al frente, por eso un psicoanálisis conservador nunca le dio ni le dará verdadero lugar a lo más central y rasposo del jugar. En consecuencia, trabajar de psicoanalista sin buscar las necesarias transformaciones del psicoanálisis mismo equivale a la muerte, tanto del psicoanálisis como del psicoanalista, porque va drenando su centro (descentrado) puesto en el jugar y, por lo tanto, su horizonte puesto en la transformación: una que no sabemos de antemano cuál será. Dicha transformación tiene una correlación clara con cambios en lo social, de los que tampoco sabemos a dónde llevan, aunque sí podríamos ir sabiendo qué cuestiones de partida no pueden obviar. El único modo de mantener desarticuladas ambas cuestiones -las transformaciones que un análisis apunta a producir y las transformaciones que como sociedad necesitamos imperiosamente producir- es a través de un psicoanálisis conservador con respecto a la clase, el género, la “raza”, la familia, la sexualidad y la concepción de trabajo que porta y pone en juego, sabiéndolo o sin saberlo.
Solo una verdadera redistribución de la riqueza social podría ubicarnos a todes más cerca de nuestras necesidades satisfechas con relativamente poca necesidad de someter tiempo de trabajo a lo "productivo", es decir, dejando espacio para la potencia lúdica. Por lo tanto, es necesario que uno de los horizontes principales de una política emancipatoria sea el derecho a suficiente tiempo de juego, que es "tiempo no apurado", "suelto, no enjaulado". Esto, que parece tan simple, supone entonces la consecuente abolición de las distintas lógicas de dominio ancladas y repetidas como género, “raza”, religión institucionalizada, trabajo y capital. Todas las mencionadas están regidas por la universalización del tiempo lineal de reloj, necesario para la consecuente universalización del mercado mundial. El uso extendido de esta temporalidad única de aceleración siempre creciente aparece en la historia mucho después de, por ejemplo, el patriarcado (que se confunde con los orígenes de la historia de la humanidad), pero lo reordena y fortalece en patriarcado capitalista. Tal es el poder de articulación de las distintas dinámicas de dominio que tiene la lógica del valor con su temporalidad enloquecida: si sos “negro”, te exploto. Si sos mujer, te exploto. Si sos mujer y “negra”, te exploto mucho más (eso incluye un durante mucho más tiempo). Y esto, no al modo de los múltiples mundos que coexistían antes de la modernidad, sino en un mundo único producto de esta. “Único” en el peor de los sentidos: achatado, uniformizado, vaciado de sus cualidades en función de la acumulación de cantidades.
Poder apuntar a dicho horizonte de emancipación requiere de una precondición, esto es, erosionar la realidad -tan aceptada y tan naturalizada- mirándola de nuevo con capacidad de sorpresa:
- ¿Cuál es el sentido de que una persona tenga mucho más que otra?
- ¿No es raro que lo que gana Messi no nos resulte obsceno?
- Prohibir que una persona pudiese tener más que -por decir algo concreto- cinco veces lo que otra, ¿no resultaría suficiente para dar lugar a las diferencias?
Hasta que estas preguntas no dejen de ser pelotudas, hasta que la disolución de la temporalidad única en temporalidades lúdicas no constituya parte fundamental de las bases de nuestra educación y de los objetivos políticos de nuestras bases, estaremos muy lejos de la justicia social y más lejos aún de una existencia creativa.
*Trabajador de la salud / psicoanalista
pablotajman@gmail.com
Nota publicada originalmente en Notas Periodismo Popular.
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