En la nota de hoy, Sergio Ragonese nos acerca a Osvaldo Saidón, reflexionando sobre sus ideas y, fundamentalmente, sobre su práctica, esa de andar por los bordes: los del psicoanálisis, los de la psicoterapia, los del análisis institucional, los del psicodrama, los de la psiquiatría, los del sanitarismo, y más.
por Sergio D. Ragonese*
“¿Yo te conozco a vos?”, fue lo primero que me dijo. Le contesté “no, seguramente no, pero yo a vos sí”. Después me respondió lo que yo le había preguntado en un principio (seguramente no sería algo muy relevante, aunque para mí sí lo haya sido comenzar a hablar un poco con él). Estábamos en un pasillo luego de una presentación de libro relacionada a Deleuze. Era la vez número “mucho” en que lo veía en persona, pero siempre así, como asistente a presentaciones, charlas, actividades varias (más o menos en relación a la obra de Guattari y Deleuze, el grupalismo, etc.), donde él bien podría haber estado al frente y con el micrófono. Me parecía una linda cualidad suya esa de “seguir participando” (como dicen cada tanto las tapitas de gaseosa), seguir yendo a estar a la escucha de otrxs que parlen sobre esto que él ya había recorrido tanto.
Osvaldo era quizás el último de toda una generación y un contexto que marcó irreversiblemente a quienes, como yo, transitamos los caminos del grupalismo, el institucionalismo, y el pensar las relaciones de estos campos de problemas con aquellos de la clínica psi, y con el post-estructuralismo francés. Él no dejaba de trazar relaciones entre el esquizoanálisis, el psicoanálisis, el análisis institucional, y otras prácticas frente al malestar colectivo o “individual” (mal llamado así, recordaba él). Se ha interesado por señalar la importancia del cuerpo en estas profesiones que históricamente han quedado, más bien, capturadas por estudiar y operar casi exclusivamente sobre la palabra. Osvaldo sabía y repetía que toda clínica es psico-socio-política, y llevaba la discusión a los escenarios en que se lo convocaba como psicoanalista, como analista institucional, o como miembro de la Organización Panamericana de la Salud. Allí introducía también consideraciones varias sobre las políticas en salud mental, habida cuenta de cuánto podían nutrir a las mismas el psicoanálisis, el esquizoanálisis, el paradigma ético-estético, etc. Cuando se lo convocaba como grupalista, discutía que las cátedras universitarias sobre “Grupos” (como esa a la que pertenezco) no le dieran aún mayor relevancia a la psicoterapia grupal, en lugar de hablar del grupo en un sentido tan amplio. Cuando se le pedía que hable de psicología institucional, aclaraba que no se trata de atender a lo psi que nos sucede en contexto de instituciones-establecimientos, sino de estudiar cómo las instituciones ya nos subjetivan (en cualquier contexto situado, en cualquier campo de intervención en que nos situemos). En una ocasión, realizó una intervención institucional en una organización de personas no videntes, y lo primero que dijo al entrar fue “pero… acá no se ve una mierda” (lo decía en serio y a propósito).
¿Por qué menciono todas estas cuestiones que parecen aisladas? No es un racconto al azar; se trata de mostrar solo un poco esta capacidad suya de andar en los bordes, utilizando la provocación institucional como un modo de intervenir (una herramienta de análisis institucional que René Lourau explicitó como tal, aunque la invención de la misma quizás sea tan vieja como la humanidad), como un modo de mover las problemáticas, de permitir formular otras nuevas.
Osvaldo andaba por los bordes: los del psicoanálisis, los de la psicoterapia, los del análisis institucional, los del psicodrama, los de la psiquiatría, los del sanitarismo, y más. Había hecho de esto, incluso, su estilo. Desde allí era que provocaba. Y no olvidemos que “provocar” también significa, en una de sus acepciones, estimular, incitar, ayudar a producir, contribuir a que suceda x. Pero no cualquier cosa ni desde cualquier lado.
Quizás jugando un poco al extranjero, así como lo pensaba J. Derrida en su trabajo sobre la hospitalidad: el extranjero no está del todo imbuido en las propias normas y reglas, los propios procedimientos locales, o sea, en nuestros instituidos, y desde allí es que tiene una capacidad de interrogar eso que nos parece obvio, de formular nuevos problemas o señalamientos (aquel “acá no se ve una mierda” es sólo un ejemplo corto y al paso). De allí sus advertencias éticas (no sólo en el sentido spinozista del término) y sus llamados a no subestimar la necesaria prudencia y el cuidado en los espacios clínicos e institucionales; no se trata de estar en el borde porque sí, de molestar porque sí, de incitar a x por el placer de hacer saltar, quizás, algún instituido. Habría que intentar saber muy bien qué es lo que se está moviendo, desde dónde, para qué, y a qué precio. Provocar sólo es una intervención cuando es parte de un criterio más general, cuando esta (la provocación institucional) no sólo se realiza desde un borde, sino que también tiene bordes (y aun cuando estos puedan y deban ser sometidos a revisión, no da lo mismo que no existan).
Es probable que hacer de extranjero (si se toma esta hipótesis de lectura) le haya permitido encarnar un cierto modo particular de la crítica teórico-práctica. Recordemos que Deleuze y Guattari pedían en su libro El Anti-Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia llevar a Edipo al punto de su auto-crítica, tarea emprendida pero no finalizada por Lacan, según ellos. “(…) apenas vemos la autocrítica de Edipo en nuestra organización, de la que forma parte el psicoanálisis”[1], decía el dúo francés en aquel entonces, refiriéndose en esa página a la organización de esa sociedad, de la que el psicoanálisis sería parte. Pues claro, para la intelectualidad parisina (casi tanto como para la argentina) de medio siglo atrás, Edipo y la subjetivación bajo el modo de la familia nuclear burguesa se habían vuelto puntos obvios, evidentes, esto es: incuestionables. En el caso de Saidón, sea que se trate de psicoanálisis, de grupos, de instituciones y políticas públicas, lo que parece insistir es la tendencia a utilizar la crítica no desde afuera (criticar el abordar grupos para defender otra cosa, criticar al psicoanálisis en nombre de proponer algo diferente, criticar algunas políticas en salud mental en nombre de dedicarse a algo distinto, etc.), cosa que también está instituida socialmente y es más bien sencilla, sino en llevar los ambientes en donde unx se mueve a un punto de auto-crítica (siendo este un gesto más guattariano y político-centrado que deleuzeano y teórico-centrado). De este modo, podría tratarse de una práctica específica de hacer de extranjero, pero en la propia lengua[2].
Osvaldo era quizás el último de una generación que mamó directamente de Enrique Pichón-Riviere un psicoanálisis socialmente comprometido y que intenta elucidar su posición micro y macro-política: por ejemplo, tanto su relación con el poder al interior del encuadre analítico como su relación explícita o implícita en las luchas sociales y su posición a favor o en contra de las mismas.
Unos meses antes que él falleció en Brasil quien fuera su compañero en el exilio y en el pensamiento psico-político: Gregorio Baremblitt; en conjunto habían fundado IBRAPSI, el instituto brasileño de psicoanálisis, grupos, y análisis institucional (hoy en día, encontramos en nuestro vecino país que con ese mismo nombre existe otra institución, pero ahora se trata sólo de psicoanálisis…). Hace menos de cuatro años, falleció Hernán Kesselman, y otros cuatro años antes de este se había ido Eduardo “Tato” Pavlovsky. Sin duda, estos cuatro autores que rompieron con la asociación psicoanalítica argentina allá a principios de los años 70´s (y crearon, aunque no solos, el espacio llamado Plataforma), han marcado a fuego el pensamiento y la práctica que habita entre Psicoanálisis, Esquizoanálisis, Grupalismo, Institucionalismo, Psicodrama, y la clínica como un espacio amplio, ampliado (por un lado, no sólo terapéutico-asistencial; por otro, no necesariamente ese mal llamado “individual”), y la política como un espacio (de investigación-acción) no exclusivamente partidario y macro. Incluso la activa militancia de izquierda en los 70´s y en relación a los derechos humanos desde la última dictadura cívico-militar hasta acá, son el otro gran, gran, punto de su confluencia. Irónicamente o no, falleció en la semana del 24 de marzo, día de la conmemoración de ese golpe de Estado y de los 30.000 detenidos desaparecidos. Por supuesto, hubo otrxs actorxs relevantes en esta historia grupal y social, pero estos cuatro compañeros se encontraban y anudaban de un modo especial y, sin duda, esto los diferencia del resto del mundo psi argentino. Las nuevas generaciones de colegas o investigadores de estas temáticas ya no podrán dejar de pasar por ellos.
Pero, ¿podrán específicamente las nuevas generaciones de analistas psi dejar de pasar por ellos?, ¿en qué se convertirá el análisis (psico, socio, esquizo, institucional) sin aprender de sus recorridos, sus propuestas, sus advertencias, sus praxis? Mark Fisher hablaba de la potencialidad que reside en aquellos “futuros perdidos” del pasado, en la capacidad imaginante colectiva de una época-contexto que buscaba algo (sean revoluciones o grandes reformas) que no resultó. En relación a aquellos cuatro, aquello a lo que tendían, conserva su validez y su importancia aun cuando esto no haya llegado a su existencia plena; que se haya perdido esa imaginación de futuro concreta no significa que esté perdida la posibilidad de aprender de aquella para ajustar la mira y así intentar otros tiros (unos construidos a la luz de los actuales problemas psico-socio-políticos).
Quienes seguimos vivxs quizás tengamos la posibilidad de aprender mucho de ellos. Pero no me refiero a aprender solo lo ya pensado, como para meramente repetir lo que dijeron; hablo de aprender, en principio, del gesto creador y transversalista que estos cuatro tuvieron y siguen teniendo en sus obras, verdadero ejercicio vivo de proceder con un paradigma ético-estético (o más precisamente ético-estético-político), como decía Saidón retomando esta noción de F. Guattari. Osvaldo se fue cuarto de esos cuatro… ¿los últimos cuatro fantásticos (argentinos) de la psico-socio-política? Yo no lo dudo.
* Profesor y Lic. en Psicología con orientación en clínica analítica; compositor musical. sergioragonese@gmail.com
[1] Deleuze y Guattari (1972/1994): El Anti-Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia. Ed. Paidós. Bs As. Pág 182. [2] Cf. Deleuze y Guattari (1975/2002): Kafka. Para una literatura menor. Editora Nacional. Madrid.
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