Crédito de la imagen: Dora Tilli - "Collage digital"
En este trabajo, Nayla Petel alerta sobre el uso de las tecnologías de Inteligencia Artificial (IA) en la reforma en el estado, en la educación y en la atención de salud mental, señalando que resulta curioso que los tres temas en los que el presidente planteó el uso de esta tecnología son los puntos de encuentro con un otro por excelencia.
por Nayla Petel*
La crisis en salud mental es una problemática que se vislumbra a nivel mundial desde hace años, pero que desde la pandemia por el COVID19 se agudizó fuertemente. No hace falta más que charlar con cualquier persona para ubicar que allí hubo una ruptura. Es frecuente escuchar “antes de la pandemia” o “después de la pandemia” como un punto común entre todas las personas, un nuevo punto de partida que nos cambió a todos. En aquel momento, el sentimiento de vulnerabilidad era tan fuerte que junto a la falta de respuestas de los sistemas e instituciones que conocíamos, fue necesario hacer un movimiento subjetivo colectivo. De esta manera, junto a las crisis institucionales que ya atravesaba la época, se puso de manifiesto la incapacidad de encontrar una respuesta inmediata a todo. La ciencia y la tecnología, los grandes avances de las últimas décadas, de pronto ofrecieron su castración: para tener respuestas era necesario tiempo. Así, hubo tiempos y efectos irreductibles: la cuarentena, la vacuna, incluso la muerte.
En este sentido, a pesar de tener condiciones tecnológicas diferentes a otras pandemias que hubo a lo largo de la historia de la humanidad, había otras condiciones que, lógicamente, no estaban garantizadas. Es de esperar entonces, que frente a esas crisis tan colectivas y profundas aparezcan emergentes que intentan “soldar” el agujero, la marca que de pronto se develó. Podríamos ubicar entonces, que en este punto es donde la Inteligencia Artificial y el uso de esas tecnologías encontró el terreno fértil para su instalación. Estos desarrollos hacen creer que existe la respuesta instantánea a todo y que, incluso, todo es posible. Cantar afinado para quien no tiene talento, escribir un trabajo para quien no lo hizo, ser joven a través de un filtro; es decir, que todo aquello que resulte un imposible en la realidad, lo sea a través de la imagen. Dichas imágenes logran proyectar lo que allí no está pero simula la realidad, de manera tal que termina estando.
Cabe preguntarse entonces de qué hablamos cuando decimos “realidad” ¿es lo que se ve o es lo que se puede?. Este es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo; y podríamos pensar que justamente es la tensión de este concepto lo que apareja grandes desencuentros. La realidad ya no se trata de algo externo, dado y a reconocer, sino algo profundamente subjetivo. Es aquí donde las IA ganan terreno: ¿quién podría decir que eso no es real o cierto? Si es algo que se ve, se percibe y que el individuo lo cree por completo. Hace algunos días, la periodista Florencia Alcaraz, publicó una nota en la que mostraba de qué manera a través de una app, se generaba un novio robot al que se le podía contar todo [1]. El “novio bot” parecía (o simulaba) escucharla con atención, ponerse feliz ante cosas que le acontecían y hasta recordar charlas. Según la periodista, incluso previo a moldearlo a su gusto y piaccere, el algoritmo ya lo había inventado con características parecidas a las de su ex novio. Lo interesante de ubicar respecto de estas tecnologías, es que simulan comportarse como si fueran humanas. Los bots saludan, piden disculpas, intentan explicarse con el lenguaje humano como si les fuera propio. Esa ilusión de humanidad, pero ahorrandonos el desencuentro con el otro, surte efectos en los modos de vinculación. Lo instantáneo, el consumo, lo rígido y preciso, todas marcas de lo maquinario, simulando entendimiento y comprensión. Entonces el intercambio con un robot, ¿es un vínculo? ¿los vínculos no necesitan, por definición, de ese desencuentro de la otredad para que justamente se produzca lo vincular?
Aquí es donde tenemos que interrogarnos por la presencia de las IA como parte de la salud mental. En mayo de este año, el presidente Milei, luego de una reunión con Zuckerberg (creador de Facebook y actualmente de META), dio una noticia “bomba”: que se venía el uso de las tecnologías en la reforma en el estado, en la educación y en la atención de salud mental. Resulta curioso que los tres temas en los que el presidente planteó el uso de esta tecnología son los puntos de encuentro con un otro por excelencia. La salud y la educación nos hacen humanos. [2]
Además, por la formación de los profesionales de nuestro país -con gran incidencia de la formación del ámbito público-, quienes trabajamos en estas áreas tenemos una impronta y una perspectiva de servicio. Ese tipo de servicio público no es monetizable. Tiene un valor, aporta a la sociedad en general y a los individuos en particular. Es un trabajo, sin dudas, pero quienes nos desarrollamos en esos ámbitos lo hacemos por una profunda vocación de vincularnos con otros. En eso no hay precio de intercambio posible y es por eso que para muchos tecnócratas son tiempos que podrían efectivizarse. Una vez más la variable tiempo como la biopolítica más atravesada y vigilada de nuestros días. El tiempo es el privilegio que viene a ser recortado y con ello, el encuentro con otros que es lo que produce un cambio en los sujetos. Esa es la variable revolucionaria que deberíamos intentar cuestionar y conquistar, el tiempo. Esto es lo que se espera que nos vendan las IA, hacer más rápido, reducir caminos, eliminar encuentros. Es lo que pretenden “aprender” de nosotros cada vez que interactuamos con ellas, lo irreductible del sentirnos personas. La condición humana de que haya allí un otro para constituirnos como tal. Aparentemente piden disculpas, escuchan, están totalmente disponibles pero lo cierto es que no pueden alojar a nadie.
Hace unos meses, en un medio internacional, salió una nota titulada “La salud mental en manos del capitalismo tecnológico” [3]. Dicha nota, aborda la crisis de salud mental a nivel mundial, pero sobre todo en Estados Unidos. Alerta, con mucho énfasis, sobre lo que están haciendo los grandes gigantes como Google, Amazon, Apple en torno a la salud mental, el uso de algoritmos y de IA. Con la virtual ilusión de ser al menos una barrera de contención ante la enorme demanda de tratamientos en salud mental, estás empresas se muestran como una alternativa. Una “ayuda” para identificar síntomas e indicadores de salud. Para ello, ya ofrecen aplicaciones en las que las personas van cargando su sentir cotidiano y obtienen respuestas ante alguna problemática. Herramientas precisas, puras, al alcance de tu mano -y ya ni eso, solo de un click- para aliviar el malestar. El malestar de vivir una vida sin lazos, sin tiempo, sin pausas, con puras inestabilidades e incertidumbres -excepto por las IA-. El malestar que ellos mismos generan con la imposición de lo inmediato.
De hecho, hay dos grandes problemáticas que dicen pretender abordar: la depresión y el suicidio. De la primera podemos decir que es una condición que viene en un aumento exponencial desde hace años y que las pantallas y el uso de la tecnología acaba detonando. El resultado sería un enlatado que a partir de una escala de valores y un check list diagnostique ansiedad y depresión, sin analizar causas, efectos… básicamente sin preguntas. De la segunda, que suele ser un correlato de la primera, dice que intenta reconocer la problemática y ofrecer una alternativa ante la crisis de salud mental. En este sentido, ya existe en Google para quienes buscan algo relativo al suicidio, frases ya elaboradas e información de prevención o asistencia. En la nota advierten: “Aunque una herramienta como esta puede ser muy útil en emergencias, existe una preocupación real de que Google saque provecho de los datos confidenciales que recopile allí y los comparta con anunciantes para que puedan ser explotados y monetizados junto con los demás datos que recopila”.
Cabe preguntarnos entonces acerca de los riesgos de los avances de estos monopolios en asuntos de salud mental. En principio, su interés está en concentrar datos y usarlos para generar mayores ganancias, no en los sujetos o en lo social. Al contrario, su perspectiva, apuntalada en la tendencia actual post-covid, es la de individualizar patologías y malestar. De hecho, la vicepresidenta del área de salud de Apple dijo que el objetivo de su empresa “es capacitar a las personas para que se hagan cargo de su propia trayectoria en salud”. Está claro que bajo el discurso de la autonomía y el empoderar a los individuos (destaco el término individuo), embellecido con pinceladas de libertad, lo único que se pretende son sujetos aislados, desconectados de sentimientos pero por sobre todo de la realidad.
Esta pata alienante y desubjetivante es la que faltaba para que el modelo neoliberal pueda seguir su plan económico. Ya no basta con saquear tierras, bancos, instituciones; ahora el saqueo es a la salud (mental). Para poder desarticular lo colectivo, en nuestro país, es menester ir a las raíces: la salud y la educación públicas. Por eso, desguazar universidades y cerrar hospitales, casualmente el primer intento fue el de salud mental, es parte de una estrategia más amplia, necesaria para avanzar en aquellas cosas que la tecnología por sí sola, no puede. Las crisis que estamos atravesando en la salud mental, en la economía, en lo laboral, etc, no es propia de un solo campo sino que podemos pensar que es humana. Es una crisis vincular que tiene enormes efectos en la subjetivación y con ello un enorme potencial de ganancias para sectores.
La propuesta aséptica de las tecnologías, el orden casi intuitivo, la pulcritud, la facilidad en el acceso son las trampas que nos acercan a percibir algo sencillo al tiempo que la vida cotidiana se complica más y más. Pero lo importante es que los únicos capaces de cruzar la información, de intercambiarla, son los dueños de esos datos y con ellos alteran la percepción de la realidad. La ausencia de palabras, de yerros incluso, la falta de argumentos -de más de 30 segundos- y de ilación de pensamientos, nos están llevando a una crisis vincular, a un nuevo tiempo de (des)encuentro con otros, mediatizado y capitalizado por algo/alguien que no es la sociedad.
Por lo tanto, frente a los avances y despojos tenemos que insistir con el movimiento contrario. La cotidianidad se complica y parece casi imposible sostener algo más allá de la supervivencia. Sin embargo, sostener las preguntas, las preguntas sin una respuesta dura, pura y acabada, puede ser la revolución que estamos esperando. Menos respuestas y más preguntas, más tiempo y menos soluciones, más personas y menos máquinas.
* Nayla Petel
Lic. en Psicología. Psicoanalista. Magíster en Género, sociedad y política. Miembro de la Red de Psicólogxs Feministas. licnpetel@gmail.com
Notas:
[1] Alcaraz, Florencia. “Estoy saliendo con un chatbot”: los vínculos humanos con seres digitales ya son una realidad. El Diario AR, 12/10/2024.
[2] Cabe destacar que, para la antropología, una de las principales evoluciones que permitió a los humanos constituirnos como grupo y luego como civilización es el cuidar de otros. Poder no abandonar a quienes se lastimaban y que sean otros quienes puedan asistirlo y alimentarlo es un avance que cambió el curso de la historia.
[3] Nota "La salud mental en manos del capitalismo tecnológico" publicada en castellano y nota original.
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